La presencia de Javier Colina y Josemi Carmona el pasado martes en el Festival de Jazz certífica la inigualable evolución de ambos músicos, habituales del festival, hacia lenguajes de fusión con espíritu propio
El jazz es hoy una inmensa coctelera, si agitas el sabor, éste, en buenas manos, siempre se recompone.
El festival avanza y al público fiel no se le engaña, entiende y sobre todo sabe lo que le gusta. De las paredes del Latino cuelgan muchas fotos, momentos imborrables de infinidad de conciertos a lo largo de estos años; a ambos los hemos disfrutado en muchos momentos, también a Bandolero, a la percusión, todo compás flamenco; participaron en el disco aniversario del local y en la presentación de los discos en solitario de Carmona, que en la primera ocasión se trajo a toda la familia.
Como músicos son unos cracks, lo han sido siempre, como grupo están en una añada inmejorable, deglutiendo de manera conjunta músicas antes inimaginables, y lo mejor, no suenan a nada extraño. presentan un disco “De cerca”, que es una fotografía muy real de todo lo vivido. En el concierto se escucharon infinidad de palos flamencos, alejados de cualquier folclorismo maqueado, en sus manos cualquier versión e incluso homenaje -Camarón, Paco de Lucía- suenan a propio; también músicas latinoamericanas, “Historia de un amor”, que agitaba la nostalgia en la parte más veterana, que la había, del público. Hubo otro tiempo para el aprendizaje, en forma de farruca, un palo de origen galaico -lo apuntó Carmona-, que sonaba a ecos de tango y América, más cuando Colina echó mano al acordeón. En los bises una pieza muy querida, “Moon River”, de Mancini. Todo impecable, sabroso; eso sí, pelín escueto.
