OURENSE DE AYER

Aquellas noches de serenatas

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Dejo para los lectores este flash de una costumbre social arraigada en los orensanos comunes, con tinte ciertamente romántico popular de la época de los 50-60 

Dejo para los lectores este flash de una costumbre social arraigada en los orensanos comunes, con tinte ciertamente romántico popular, como correspondía a la idiosincrasia ciudadana de aquellos años.

A nadie nos cabe duda de que la época de los 50-60 era mucho más romancesca y sensible que la actual. No sé si mejor o peor, pero sí que el romanticismo popular estaba más patente que en los años en que vivimos. Orense, su juventud, tenía un especial halo galerón. Por ejemplo, a menudo y para homenajear a una chica que celebraba algo al día siguiente, o simplemente por que si, se le daba “una serenata” la noche anterior.

Para ello, el “homenajeante y varios amigos”, sin nada más que las voces propias y una gran dosis de voluntad, y si acaso una filarmónica y una guitarra a veces hasta faltándole cuerdas, nos reuníamos el día determinado después de cenar en el bareto de costumbre. Se jugaba un tute y tras tomar un lingotazo de licor café “para suavizar las gargantas” ensayábamos un rato en el propio bar; y llegada la hora convenida generalmente hacia la una de la madrugada, nos colocábamos bajo el balcón de la “ofrendada” para soltarle unos “corridos mejicanos”, que eran lo más socorrido y con lo que de forma más sencilla se podía salir del paso y quedar un poco bien, dentro de las posibilidades de la improvisada coral.

Recuerdo aquella cancioncilla que siempre era la misma para el preámbulo de cada actuación. Con rasgueo guitarrero de corrido, y adaptando a la letra del canturreo el nombre de la afortunada del homenaje, por ejemplo, decía así: “Escucha Eva esta linda serenata / que dedicada a tu belleza va. / Por ser la chica más guapa del barrio, / la más hermosa de la localidad”. Luego ya se continuaba con las canciones escogidas para el evento, y al acabar, el homenajeante principal, que podía ser su noviete de primer tonteo, u otra persona relacionada con la moza por otras cuestiones, estaba obligado a pagar la última ronda de la noche en La Guardesa, que era el único bar abierto, antes de irse cada uno a su casa.

Aquella afición a ser seudo tuno improvisado que teníamos los orensanos entre la pubertad y la juventud, para ganarnos o aumentar la simpatía de una moza, se ponía de manifiesto a nada que uno de la pandilla levantase un dedo e insinuara hacer alegre la velada nocturna, para que el silencio de la noche fuese alterado por las voces lastimeras de los trovadores, bajo el balcón de la muchacha a la que se despertaba por sorpresa con los acordes de la melodía. Lo malo es que también despertaba su familia.

Se tenia en cuenta, desde luego, la predisposición de los galanes tunos de cantar algo que “enterneciera” a la dama en el silencio de la noche. Pero ocurría que muchas veces la sesión de canto despertaba a otros vecinos que, no teniendo nada que ver con la “dulce serenata”, se les ocurría premiar a los ajenos causantes de la perturbación de sus sueños con un caldero de agua. Los improperios de los canturreadores se hacían entonces patentes hacia el gracioso. Luego, como normalmente se sabía podría haber sido, se tenía en cuenta para que cualquier otra noche al final de una juerga, pagase con creces la broma a través de alguna organizada cencerrada bajo su balcón con la inclusión de una ristra de petardos como colofón.

Pero volviendo a los efectos pretendidos interpretando las melódicas canciones de la dulce serenata, los lográbamos si recibíamos como premio el “pláceme” por parte de la chica, que con cierto recato eso si, sin encender las luces de la habitación, se asomaba al balcón y saludaba fugaz y temblorosa, al final del concierto de los abnegados trovadores. Y lo hacia con las luces apagadas, para no dar a ver su cara colorada por el atrevimiento de los galanes, que nos marchábamos “satisfechos de la importante actuación”. Quedaba por ver las opiniones de su familia, sobre todo por la calidad del canto, pero a nosotros eso ya nos importaba menos.

Comencé diciendo que era una costumbre social bastante común de los orensanos, sobre todo, claro, de la juventud que imponía de forma modesta estas diversiones sencillas pero efectivas que además tratábamos de darle un sentido de seriedad. Tampoco se pretendía más que demostrar a una moza el afecto, eso si romántico previo a su celebración de algo o simplemente porque si. Ocurría también que el particular sarao solía levantar bulos en los vecinos, colgándole a veces a la muchacha algún sambenito injustificado de la más variada índole, cosa que también era frecuente por la época a que nos referimos.

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