HISTORIAS DE UN SENTIMENTAL

Pola Cunard en sesión de sobremesa en “La Bilbaína”

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photo_camera Fachada del viejo café cantante.

Fue la última de las reinas que paseó su palmito por “La Bilbaína”, el último de los últimos cafés-cantante o cafés con espectáculo de un Ourense irrepetible

Su nombre artístico era Pola Cunard, pero creo que era de Vilagarcía de Arousa. Fue la última de las reinas que paseó su palmito por “La Bilbaína”, el último de los últimos cafés-cantante o cafés con espectáculo de un Ourense irrepetible que todavía alcancé a conocer cuando ya se extinguía. Estuvo en activo hasta 1982. Era habitual en “La Bilbaína”, donde solía dar tres pases (sobremesa, tarde y noche).

A la hora del café, en la sobremesa, Pola daba una función abreviada, a modo de anticipo de la gala de tarde y noche. Era una mujer rotunda, de carnes prietas y generosas que ella se empeñaba en encerrar en unos ajustados maillots, dentro de lo que la censura de la época permitía (fotos y figurines debían ser aprobados previamente). De todos modos, la muestra era abundante y suficiente.

Salía al escenario enfundada en una especie de bañador verde, con pantalones ajustados que mostraban su piel añorada a lo largo de brazos y piernas. Los parroquianos bramaban entre el humo y el ruido del salón. Era muy popular. Cuando se retiró se quedó en Zaragoza, que era una de sus plazas fuertes, donde era muy querida y nunca faltaba, por cierto, en los espectáculos de las Fiestas del Pilar. Tuvo una carrera larga, tanto en teatros portátiles como en los cabarés de su tiempo.

En Ourense era muy querida: la orquestina atacaba las canciones que el público esperaba y que se sabía de memoria. La arousana no defraudaba. Todavía recuerdo las letras: “Poquito a poco,/ deprisa, no./ Poquito a poco/ lo quiero yo”.

El saxofonista de la orquesta, que hacía doblete en “Auria”, jugaba con la estrella y se insinuaba con su instrumento (musical, por supuesto). Pola se dejaba arrinconar contra la pared del escenario (que estaba en una esquina, a la izquierda del público), y hacía un gesto severo de castigarlo. Y el salón se venía abajo. Luego venían otras piezas diversas; pero el público respetable pedía aquella que decía: “No sé que yo tengo/ que no tengan las demás./ Porque no me veo nada,/ nada de particular”. Mozos y viejos estábamos de acuerdo en que tenía muchas cosas que, al menos, no percibíamos en las demás, y, como era de esperar, se lo hacíamos saber.

En la historia reciente de Ourense, el café cantante fue un importante centro de relación social y el aliviadero de tanta represión contenida. En los años veinte y treinta florecieron y la ciudad llegó a contar con cuatro o cinco abiertos al mismo tiempo, incluso uno en el Puente. Todavía he visto yo los restos de alguna de las gloriosas tarimas por donde desfilaron las artistas que tan felices hicieron a nuestros abuelos.

Entre las reliquias que poseo se encuentran los contratos de la empresa Fraga, de comienzos del siglo pasado, con alguna de las artistas que pasaban por sus locales y que me regalaron los constructores que adquirieron y derribaron (con parte de su historia dentro) alguno de los más viejos cines de Vigo hace ya algún tiempo.

Pero, volvamos a “La Bilbaína”. Durante muchos años, todavía se podían distinguir las letras del cartel de tan ilustre establecimiento, colgadas, pudriéndose al sol, como vestigios de un barco encallado, en los balcones del edificio de la calle del Paseo en cuyos bajos se hallaba tan añorado local.

Un día, luego de verla actuar en la breve, pero prometedora sesión de sobremesa, me encontré con Pola Cunard cuando salía del local. De cerca era guapa y resultona. Vestía, casi tan apretada como en escena, un severo traje sastre con altos tacones, de suerte que busto y trasero destacaban al caminar como los dos mascarones de proa y popa de un velero bergantín. La esperaba un afortunado caballero, quien sin duda, había logrado el difícil sueño de obtener una cita. El hombre, animado él, le pasó la mano por el mascarón posterior y la tomó del hombro, pero la artista, muy digna, le dijo que menos confianzas. No volví a verla en la vida.

Pero ahora, al pasar por delante del nuevo local que ocupa lo que fue “La Bilbaína” vuelvo a sentir su turbadora presencia y creo escucharla cantar sus pecadoras canciones en medio del barullo de aquel irrepetible lugar.

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