OURENSE

El río desahució al indigente que dormía al pie del Miño

photo_camera José María, en diciembre, cobijado con sus pertenencias.

Basura, colchones, mantas abandonadas y paraguas desvencijados son los restos que quedan del tenderete que cobijaba a José María, O Portugués, a la orilla del río

Estaba seguro en diciembre de que el frío no podría arrebatarle su hogar, "estou quentiño co colchón e coas mantas"; también de que el río nunca lograría hacerle huir, como hace el Ebro furioso estos días, "non chega ata eiquí nunca, xa o sei"; y mucho menos de que unas lluvias le convencieran para buscar cobijo en un lugar más seguro y menos húmedo, "para eso teño isto" y señalaba tranquilo hacia su tejado de plástico y algunos paraguas. Todo eso lo tenía muy claro un convencido José María, "O Portugués", el pasado mes de diciembre según aseguraba a este periódico, porque "xa estiven moito peor, baixo unha silveira". Pero eso fue entonces.

El río baja furioso y crecido, y el agua ha caído sin tener en cuenta que tal vez ese endeble hogar no podría resistir tanta lluvia. Parece que José María ha decidido irse de su casa donde se sentía seguro y descansaba durante el día, para retomar las fuerzas necesarias con las que aguantar las noches deambulando por esta ciudad, recogiendo un poco de comida de aquí y un mucho de bebida de allí. Seguro que hasta ese pequeño cuchitril bajo la pasarela que une el Puente con el Centro Comercial no han llegado agentes judiciales, ni policías, ni plataformas para participar en el desahucio de una chabola que no tiene escrituras, ni hipotecas y que no es nada, salvo el retrato de la miseria que está tan cerca que es mejor intentar no ver. Todo el mundo intenta sobrevivir a su manera. Eso lo sabe José María también, por eso con tanta calma insistía en que "eu estoy aquí ben, que non se preocupen por mín". Es su decisión, su libertad personal, tal vez sus únicas posesiones, aunque resulte difícil compartir el contenido con el que las dotó.

El tejado está caído, derrotado;  los paraguas, crecidos en número desde diciembre, en rojo, azul o verde, están dispersos, abiertos intentando remontar un vuelo, el que sea. Aquel colchón, una base de espuma, esas mantas y el saco de dormir que tanto aseguraba le protegían del frío han sido arrinconadas, sin aparente compasión, sobre unas silvas. Una gran cantidad de basura va marcando el territorio que para O Portugués era el sendero hacia su casa.

Todo está ignorado, probablemente igual que su propietario, aquel que mantenía estoicamente que el agua del río era suficiente para mantenerse aseado, sin importar el frío, "qué va, non me fae nada".

¿Se habrá mudado José Maria de barrio? ¿Habrá encontrado ese lugar que le sirva de refugio del mundo y, probablemente, de sus propias pesadillas?  "Non teño miedo a nada", aseguraba, sin ser tal vez consciente de la terrorífica valentía que eso encierra.

Como no consta nueva dirección a la que remitir los restos del naufragio, tal vez convenga, al menos, limpiar la propiedad.

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