ANIVERSARIO PADRE FEIJÓO

Los rostros del polígrafo

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photo_camera Padre Feijóo.

En vida, para proyectar la imagen de un ilustrado de éxito, o tras la muerte, fruto de innumerables homenajes en Oviedo y Ourense, la imagen del Padre Feijoo es un icono 

Una máscara mortuoria al fondo de la sala, la misma que presidiera sus funerales ovetenses en 1764, impone. El personal se arrima con respeto, por no decir recelo; es yeso policromado -obra del escultor Bernardo de la Meana-, así lo apunta en la tarjeta a su derecha. A ojos de hoy da cierta grima; si durante el sepelio muchos la dieron por auténtica, tal como vemos en la Exposición dedicada al Padre Feijoo organizada por el Museo Arqueolóxico, de frescura visual no ha perdido nada.

Si la visión del rostro marca, el ambiente recogido, la luz centrada en las piezas, la lápida del hidalgo Jan Feijoo situada justo a la entrada, predisponen la visita.

El Padre Feijoo (Melias, 1776-Oviedo, 1764) murió con 87 años, dicen que el último consejo se lo dio a los médicos quienes pretendían practicar una sangría para bajar la fiebre que le asolaba, él pidió agua nieve para lograrlo; el estado era ya irreversible pero el remedio resultó efectivo.

Ilustrado y famoso, a los 57

Las imágenes fijan y retienen la memoria, a muchas personalidades las reconocemos en una de ellas, es como si el tiempo se hubiera anclado para siempre. Al Padre Feijoo lo recordamos por una a sus 57 años. Como escritor, el reconocimiento le llegaría a una edad impropia, superaba la cincuentena.

En la portería del monasterio de San Martín, en Madrid, un óleo suyo presidía la estancia, en reconocimiento a un afamado referente intelectual que les reportaba no pocos ingresos; quienes leían sus obras deseaban saber del autor.

Puede que por coquetería, lo de no reconocerse ante la propia imagen viene de lejos, al monje le costó admitirse en la obra del primer pintor que fijó su imagen, el cántabro Martínez Bustamante; en una misiva dirigida al Padre Sarmiento quedará clarito: “No le saca vivos los ojos”, una tragedia, para quien presumía de mirada altiva y cristalina merced a sus ojos claros.

El lienzo correría la misma suerte que el Monasterio de San Martín que lo albergaba, ambos serían pasto de las llamas. De aquella imagen lo desconocemos todo, la que ha trascendido (57) es otra: un grabado de Bernabé Palomino, enmarcado bajo un cortinón y sobre la mesa de estudio el instrumental de trabajo dispuesto a la escritura. El retrato será la base, al margen de los “múltiples” repartidos junto a sus libros, de la mayoría de lienzos posteriores, muchos a requerimiento de homenajes.

Apurada la enfermedad algunos se acercarían a retratarlo, entre ellos Jacques Lavau, cuyo grabado a la venta indignó a la comunidad, aquello les restaría ingresos a lo dispuesto por ellos. El único lienzo con el religioso aún con vida lo pintaría Granda, aunque de aspecto envejecido, la base seguiría siendo el grabado de Palomino.

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