reportaje

Sacando colores a la Ribeira Sacra

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photo_camera La viticultura ha modelado las laderas del Sil y el Miño hasta convertirlas en un escenario de ensueño, ahora llena de color

Del Miño al Sil, de Os Peares a San Clodio, pasando por Doade y A Teixeira, la Ribeira Sacra como el itinerario perfecto en esa explosión de color en otoño. Es la viticultura el artificio que ha dado forma a todo ello.

En Peares duerme el Sil, sobre el Miño, también el Búbal, casi en silencio. Peares se divisa bien desde lo alto, la mirada se fragmenta casi tanto como esa entelequia administrativa que es. En Peares arranca la Ribeira Sacra, también estas líneas.  

Un claro propósito, contemplar el espectáculo de luz y color que envuelve cada otoño, que convierte el paisaje del viñedo de la Ribeira Sacra del Miño y el Sil, en una gigantesca alfombra de color. Toda la paleta llena, entre colores ocres, amarillos y los rojizos; hasta marcar el punto final que llegará con las primeras heladas, cuando la vid se desnude para el invierno. 

En Ruta. Remontamos el Miño aguas arriba, hasta Belesar, partiendo del embalse homónimo, construido en 1947, uno de los primeros proyectados en  Galicia. Más tarde, el Sil, entre Doade y A Teixeira; antes, en un pequeño salto de trazado, vía rápida -Lugo-Monforte- mediante, llegaremos hasta Quiroga y San Clodio, lugar de paso natural en dirección al Caurel.


Con encanto 


Entre la niebla el bosque se revela a modo de enigma, robles centenarios, castaños que arropan una carretera que se empina poco a poco. Encontramos aldeas dibujadas con esmero, encaramadas en la ladera, desafiando al equilibrio; las más llamativas las de Belesar (Chantada); misteriosas como las de Chouzán, San Xoán da Cova, Ervedeiro, en Carballedo. Con hermosos ejemplos de bello románico en sus iglesias que milagrosamente no sucumbieron bajo las aguas, en la construcción del embalse de Peares. El lugar es tan misterioso que uno se encuentra con peregrinos con cara de asombro guiados por el Camino de Invierno que llega vía Ponferrada y O Barco. Aunque para sorprender seguro, O Cabo do Mundo, especie de intenso circunloquio con forma de meandro; para contemplarlo es necesario acceder al mirador de A Cova. 

La Ribeira Sacra del Miño es elegante, hermosa; la del Sil es más agreste, hasta salvaje; marcada por las vertientes donde está encajada. En muchos de estos pueblos salpicados en las laderas del ambos ríos, uno encuentra demasiadas semejanzas con ese otro pueblo de ficción -quién sabe si alguno de estos no lo es- denominado Castroforte del Baralla, del genial Gonzalo Torrente Ballester. Hasta el Sil y el Miño evocan esta mañana también al Mendo y al Baralla. “El Mendo es atractivo y siniestro: invita a mirarse en él como en un espejo; el Baralla, a la aventura, a la evasión y al viaje”, que escribía el ferrolano. De las lampreas ya no hay nada, no hay especie capaz de sortear tanto muro de cemento. 

La magia de la Ribeira Sacra está en los bancales, sumados pilar a pilar, hasta conseguir el equilibrio de unas vides que modulan un paisaje. 

En Erveiro (Carballedo) alguien se ha dejado una radio encendida, de fondo el debate del Congreso, uno no sabe si para espantar jabalís o para entretener el tiempo en la viña. En estos pueblos el personal anda escaso. En Marce contemplamos una cascada, en un paraje al pie de una montaña sublime. la carretera está llena de bodegas, algunas de empaque, como quien sintetiza en ellas todo el mérito del paisaje. La niebla matinal hace fantasmal el paseo, luego –la tarde- será otra cosa. Las vides desprenden aún cromatismo y aromas que atemperan el frescor. 

Dejamos el Miño y saltamos al Sil. Por fin al sol. El itinerario ideal nos llevaría al Caurel, desde Sas de Penelas; nosotros aquí, lo haremos vía N-120, el día no daría para tanto. En San Clodio (Ribas de Sil), al pasar el paso a nivel, un impresionante tapiz de luz multicolor saluda. En la tarde, ya de vuelta, Doade (Sober). Si hay un lugar donde la viticultura de la Ribeira Sacra marca un punto de inflexión ese sería éste, son los socalcos los que definen el paisaje, bien visible desde infinidad de puntos. La sinfonía acompaña todo el conjunto, hasta la arboleda de la otra vertiente ourensana, o la poca que queda fuera del viñedo, semejan hacer los coros. 


Mirar el paisaje


El sol salvaguarda la vertiente lucense para que los caldos adquieran una maduración muy buena. Entre las vides, aún restos de garnacha, en un estado aún exquisito. Desde Soutochao, en uno de sus 12 remodelados miradores el paisaje engatusa, hasta la viticultura desde aquí parece fácil. A un lado la escultura del carretero, que impone sus formas toscas, casi sudorosas, en contraste, las nuevas vides y bodegas como Regina Viarum que nos contempla desde lo alto.

Enfrente, A Teixeira, allí también se recogen momentos de buen cromatismo, en Abeleda, junto a la capilla o un caserón en ruinas. No hay un alma, en ninguno de los espacios. 

Al caer la tarde, Belesar, um pueblo con encanto, cientos de pequeñas bodegas encaramadas en las laderas, a pie de viñas, uno se pregunta por el punto de equilibrio. Nogueira de Miño, Líncora. Una señora se cruza con sus vacas, casi dan ganas de abrazarla; otras recogen las últimas castañas. Chouzán, pueblo lleno de empaque; nadie, las chimeneas ya no echan humo, o casi. Al llegar a Peares, la tarde se despide, desde lo alto otra vez el puente del ferrocarril, ¡cuántos afiladores se proyectaron desde allí al mundo! Vemos llegar al tren, que pasa pero no para. 

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