REPORTAJE

Los secretos de la vida al lado de la muerte

photo_camera Tumbas y flores en el cementerio de San Francisco en Ourense, al que estos días acuden los ourensanos a recordar y orar por sus seres queridos.

Morir es el peaje de la vida. Y aún no sabemos exactamente cómo es el tránsito. Mucho ha debatido la ciencia sobre ello pero tal vez, como dejó escrito González-Ruano, la muerte consista solo en ir perdiendo la costumbre de vivir. 

Cuando te mueres y tu corazón deja de latir, tu sangre se vuelve más ácida, crecen los niveles de dióxido de carbono, las células se quedan sin oxígeno y tu cuerpo desciende de temperatura a razón de un grado por hora. En tu piel blanquecina se dibujan los testigos púrpuras del livor mortis, mientras las células se abren y las enzinas se lanzan a digerir las membranas celulares, en un proceso destructivo llamado autolisis, que corrompe tu carne desde el interior al exterior. El desbordamiento del calcio contrae y endurece tus músculos en el rigor mortis. Es la hora de la fiesta para las 100 mil billones de bacterias que llevas dentro.

Todos morimos igual. "Ausencia de respiración, pupilas vidriáticas, ausencia de latido cardiaco, palidez", relata Miguel Ángel Núñez, médico de Cuidados Paliativos del CHUO. "Todos las muertos muestran los mismos signos, si la muerte la entendemos como fracaso multiorgánico. Pero un fallecimiento agudo por un accidente o algo inesperado muestra signos exteriores propios; al igual que la pérdida de masa muscular caracteriza a los que mueren por enfermedades crónicas".

La medicina explica bien qué ocurre en tu cuerpo cuando todo colapsa, pero poco ha logrado consensuar sobre lo que sucede en ese momento con tu parte inmaterial. Si atendemos a los testimonios de personas que han experimentado experiencias cercanas a la muerte (también llamadas por sus siglas "ECM"), asumimos que te invadirá una gran paz, verás un túnel, tal vez una luz blanca al final y muy probablemente, te cruzarás con tus familiares difuntos o incluso con Jesucristo, tal y como relatan los cientos de pacientes cuyas experiencias han sido investigadas por la doctora británica Penny Sartori. 

Es tiempo de difuntos, tiempo de la muerte, la gran proscrita y a menos que vayas a disfrazarte de zombie y echarte a bailar por las calles, nada evoca una feliz curiosidad por el umbral entre el más allá y el más acá. Miles de ourensanos acuden estos días al cementerio, rezan por sus difuntos y les llevan flores, en una tradición que se vive con gran intensidad en toda Galicia. Miran frente a frente a la muerte y, tal vez, eso solo ocurre un par de veces al año. Nuestro siglo prefiere vivir de espaldas al dolor. 

Y sin embargo, hay un océano por descubrir en ese momento en que tu cuerpo se queda inerte. Será tu muerte, personal e intransferible, toda una experiencia. Eso seguro. Si tu viaje hacia el más allá se produce en una sala de operaciones, quizá puedas contemplar desde fuera de ti cómo intentan reanimarte y esta es una de las cosas que más sorprende a Sartori, autora del estudio "ECM": los pacientes que atraviesan estas experiencias saben perfectamente cómo, cuándo y quién trató de mantenerlos con vida, de reanimarlos.

Sacerdotes, médicos, forenses, o servicios de emergencia, conviven a diario con la muerte. Y aunque hay terrenos comunes, la ciencia no es capaz de cerrar el círculo de sus propios enigmas. Parte de la clave para resolverlos está en ese limbo del que casi nada sabemos, o al menos, casi nada que pueda sostenerse con recursos científicos: esa frontera entre la vida y la muerte de la que además, si se vuelve, se vuelve muy cambiado.

El túnel y la luz

"Mi vida cambió cuando estaba trabajando en un turno de noche al principio de mi carrera", relata Sartori, "cuidaba a un paciente terminal. Me sentí muy contrariada por  la forma tan dolorosa en que este hombre murió, y tomé la decisión de intentar entender qué había ocurrido para intentar que ninguna otra persona tuviera que pasar por este agónico final". "Eso fue en 1995", recuerda, "y la experiencia de cuidar a aquel enfermo es lo que sigue motivándome hoy para entender la muerte y mejorar la atención a los moribundos". 

La doctora británica denuncia que durante años se ha puesto demasiado interés en buscar "las patologías que rodean a las experiencias cercanas a la muerte sin indagar realmente qué podría aprenderse de esos viajes si lo estudiamos en profundidad".

Más desconfiado sobre el interés de las ECM se muestra el doctor Núñez: "Vivimos muy condicionados. Uno ve aquello en lo que cree. Todo el mundo cuenta que cuando vive una experiencia así se ve un túnel, estás en paz, hay una luz al final. El cerebro es muy caprichoso, y en zonas muy profundas del sistema límbico, o en zonas de memoria muy remota, desde que somos bebés, estamos tan condicionados, que en esos momentos de fragilidad sale a la luz todo lo que se ha escuchado. Es como si fuese algo impuesto, como una sugestión". "¿Si hasta para morir somos diferentes por qué jutos después todos vamos a atravesar la misma experiencia?", se pregunta. "En una situación de deshinibición cerebral como esa, toma las riendas el cerebro más primitivo, aquel donde se sientan los conceptos más básicos", concluye.

Afrontar el final

Los que creen en algo, los religiosos, los que creen que hay vida después de la muerte, afrontan el tránsito de este mundo al otro de un modo mucho más pacífico y sereno. "Aquellos que tienen convicciones religiosas viven esas situaciones de agonía con más paz", desvela a la luz de su experiencia, el médico del CHUO, "la necesidad de controlar los síntomas, los cuadros de angustia y ansiedad, y la necesidad de medicación en la fase final de la vida son menores. La ciencia no lo ha demostrado. pero quienes trabajamos en esto lo hemos palpado muchas veces. Esperan en paz. Un cristiano nunca olvida que la muerte forma parte de la vida, como un proceso más, lo toma con tranquilidad". 
También los ancianos lo llevan mejor que los jóvenes y, uno de los grandes agujeros psicosociales del momento es la falta de pedagogía de la muerte entre los pacientes de menor edad, que abundan, especialmente en las plantas de oncología. 


LOS QUE VOLVIERON DEL OTRO LADO DE LA VIDA

Lo cuenta la doctora Penny Sartori. "Will Barton quedó impedido tras caer desde lo alto de un árbol. El doctor Henry Grey, su neurólogo, le dijo que las posibilidades de recuperación eran escasas. Barton estuvo al borde del suicidio pero no consiguió que nadie le ayudara a matarse. Sin embargo, un accidente en el hospital en el que estuvo ingresado le provocó un colapso, y su corazón se detuvo. "Al instante, pasó de una sensación de soledad y tristeza, a verse invadido por una luz brillante. Relata que fue recibido por seres luminosos, incluso por sus propios parientes. Le rodeaba un ambiente de paz y sintió como si tuviera la opción de seguir ensu vida o avanzar hacia la muerte. En tal atmósfera de amor, según él mismo explicó, no podía darse por vencido y dejar de luchar sin más".

Los médicos lograron reanimar a Barton. "Su diagnóstico seguía siendo gris, y su parálisis seguía ahí, pero la experiencia cercana a la muerte le había impactado tanto que ahora tenía una perspectiva más positiva sobre su vida".

Y sin embargo, no todas los casos a los que ha accedido la Sartori son almas inconscientes en la paz de un túnel de luz. Es más, lo que realmente movió a la británica a iniciar su investigación fue un paciente que sufrió una experiencia "aterradora" en el limbo entre la vida y la muerte.
Desde entonces lucha para investigarlo y encontrar respuestas a esa zona gris para la medicina. Hoy Sartori guarda documentados decenas de testimonios de experiencias cercanas a la muerte que resultaron "infernales".
 

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