historias de un sentimental

Soldados, mulos y sargentos en el Zamora 8

Los que pasamos por allí en nuestra juventud poseemos un caudal de historias y relatos de “abuelitos” para dar y tomar

A lo largo del casi medio siglo de guarnición en Ourense, el Regimiento de Infantería de Línea “Zamora 8, el Fiel” fue, como era lógico, un vivero de personajes, anécdotas y sucedidos de todo tipo. Los que pasamos por allí en nuestra juventud poseemos un caudal de historias y relatos de “abuelitos” para dar y tomar. Les brindaré hoy algunas. Uno recuerda con nostalgia la buena camaradería de aquellos compañeros de aquel tiempo, en su inmensa mayoría ourensanos.

Conviene saber que en los años sesenta, buena parte de los oficiales había hecho la guerra y, en no pocos casos, procedían de tropa o de Complemento; es decir, los cogió el conflicto con el bachiller acabado o iniciando una carrera, fueron alféreces de complemento y se quedaron en el Ejército. Recuerdo que en sus pecheras abundaban las cruces rojas al Mérito Militar y los ángulos en el brazo izquierdo con un ángulo en por cada herida de guerra. Los oficiales de Academia eran relativamente pocos. Con todos ellos tuve un trato directo y cordial por mi destino en la Secretaría del Coronel.

Los suboficiales y sargentos (de quienes siempre dijo que sabían pocas cosas, pero las sabían bien) procedían de soldados de remplazo con sucesivos reenganches y constituían un variado conjunto de personajes, que en no pocos casos, ejercían su oficio de origen, como el responsable de la imprenta y otros.

De entre todos ellos, recuerdo a un especialmente, llamado Generoso. Tipo curioso que hablaba una extraña jerga medio gallego y medio castellano, forzando especialmente este idioma, pues por haber estado algún tiempo en un destino fuera de Galicia y presumía de ello. El tal Generoso era famoso por sus ideas y venidas, a veces insólitas y divertidas y porque iba con los de la feria y volvía con los del mercado, según el caso. En una ocasión se presentó ante él un soldado con las botas rotas y le pidió que se las cambiara por otras en mejor estado. Era bien fácil (en las compañías había un depósito de ropa e impedimenta para estas ocasiones, ya que se guardaba el calzado y los uniformes que entregaban los licenciados al dejar el cuartel).

-“Leva a botas a arreglar al zapatero” –le dijo Generoso al pobre soldado, como si fuera el dueño del almacén-. Esto non é o exército americano”.

Providencialmente pasó en aquel momento el capitán de la compañía, que se hizo cargo de la situación. Y Generoso, en sus famosos virajes reaccionó al tiempo:

-“Non me diga nada, mi capitán: ¡A este home hai que vestilo”.

Estas cosas lo hacían famoso por pelotillero. Pero todavía fue mejor el otro episodio. Periódicamente, comandante responsable del armamento, pasaba revista de comisario por las compañías, comprobando el Estado de los fusiles y el resto del material de guerra. Era costumbre colocar unos bancos a lo largo de las compañías para facilitar la inspección y sobre unas mantas alinear los fusiles (los armeros estaban al final de las compañías). Aquel día Generoso estaba de semana, y antes de la inspección, dijo al capitán que no valía la pena tomarse el trabajo habitual y que el comandante pasara revista directamente en los armeros. Cuando llegó el comandante, se extrañó de que las cosas no estuvieran dispuestas como de costumbre, y Generoso le dijo en su peculiar idioma: “No es cosa mía, mi comandante, foi cousa do capitán, eu ya se llo dixen…”.

Otra curiosa historia fue la muerte de un mulo. En aquel tiempo, cada compañía tenía asignados diez o doce mulos para el transporte de las armas de apoyo que se embastaban en sus lomos. Este ganado dormía en unas cuadras bajo la responsabilidad del cabo de acemileros. En mi tiempo el cabo, hombre de humor, presumía que él era un mando independiente. Y en cierto modo era cierto. Había inventado un mejunje que dejaba las botas relucientes. Se decía que con orines de mulo. El ganado era tratado con sumo cuidado. Un día, apareció muerto uno de estos mulos sin que se supiera la causa de su fallecimiento. 

Pero se supo que había dado una coz a un soldado gitano y que todas las noches, él y sus amigos, iban a la cuadra y golpeaban con un palito las orejas del animal, de modo que no podía dormir. Y así lograron, noche tras noche, su muerte de puro agotamiento, cumpliendo la venganza gitana inexorable. En aquel tiempo el asunto era gravísimo y las consecuencias las esperadas. El caso es que para proceder contra aquel “atentado” vino desde A Coruña un comisario de guerra y el papeleo fue mayor que si hubiera muerto y soldado. Lo más curioso, es que los gastos de todo el proceso habrían dado para comprar un mulo nuevo o dos.

Me quedan en el tintero otras historias, pero será otro día.

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