RUTAS DE VAL E MONTAÑA

Sorpresas del parque de Somiedo

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photo_camera Tres de los cuatro montañeros delante de la osamenta de caballo comido por lobos,osos y ultimado por los buitres.

De entre la casi veintena de rutas señeras del parque de Somied  ésta es, acaso, la más hermosa y la que compensa  sobradamente el viaje.

Solamente la distancia hasta la que tenemos que desplazarnos es disasuoria para hacer estas rutas a caballo entre León y Asturias, en el parque natural de Somiedo, uno de los primeros creados en España, en este ramal de la cordillera Cantábrica, donde el oso todavía es un inquilino natural, pero tan difícil de ver que parece como si no existiese. De entre la casi veintena de rutas señeras del parque ésta es, acaso, la más hermosa y la que compensa  sobradamente el viaje, que puede ser de un día si se madruga, aunque lo más aconsejable es hacer noche en San Emiliano, donde hay hostelería para todos los gustos y desde donde o bien se puede atacar la Ubiña, 2.417 metros, donde algunos sitúan la mítica batalla del Monte Medulio entre las legiones romanas y los pueblos-galaicos-cántabros y astures, o desde el cercano Torrestío, la ruta de los Lagos.

Cuatro de mucha folganza

Nos desplazamos desde la ciudad cuatro, ya cuando el otoño asomaba, en dirección Ponferrada y desde ahí a Villablino donde obligada parada para el desayuno, que con las torradas de Pepín Méndez, el entrenador de tenis, excampeón gallego, excelente cocinillas y que más iba para actor cómico-dramático, por lo que uno cree cuando la naturaleza las cosas tuerce. Sacó las torradas Pepín y todo nos precipitamos, incluso el austero Paco Outeiriño, que, desinhibido, dio cuenta de las que fuesen, que muchas para todos a las que apetente Javi Lerenda quien, después de transitar por el golf con fortuna, se metió por un más físico tenis donde un apasionado, capaz de viajar a donde fuere. Este trío, más el que suscribe, dimos gusto al estómago con abundancia. Camino de San Emiliano pasaríamos por puente sobre un río Sil casi 100 m. más abajo. Ya en Torrestío, que iba a ser punto de partida con aparcamiento cabe a una rural casa en la que uno recuerda de varias caminatas habidas por allá que sirviéndole carne de caballo, todos zamparíamos de ella con gusto: Peribáñez, Chano Santamaría, Albino, salvo Carlos Estéfano, que por amante de los caballos no podía comer sus filetes.

Salida de Torrestío

La emprendimos desde aquí por las suaves y tendidas cuestas hasta el alto de la Farrapona, apelmazado de tierra la que había sido calzada romana de bajera (invierno) a casi legua de distancia, y usada para sacar los minerales de hierro extraídos de las llamadas minas de Santa Rita al pie de los lagos de la Cueva y Mina. Dejamos a nuestra vera el regato de Traspando y ya en la cima fotografiado espléndido serval de los cazadores, que por acá llamado cancereixo, cuando en amplia curva entre valle Sañedo y Peña Redonda, arribamos con más festivo andar al alto de La Farrapona, escenario que fue de una mítica etapa de la Vuelta, en este retorcido puerto.

Caminando entre lagos

Como en estas postrimerías estivales y el tiempo espléndido en sol y temperatura, iniciamos el ligero descenso por térrea pista hasta la laguna de la Cueva, que sorprende por su aparición y el color de sus aguas, de un esmeralda brillante a esas horas matinales. Si ya sorprendidos y reposados en la contemplación de este glaciar lago, cuando iniciamos la serpenteante subida por una pista que en tiempos sirvió para la salida del mineral de hierro extraído de aquellas minas ya tapiadas y entre el ferruginoso color de sus tierras accedimos a la empinada cima por retorcida pista para desde ella volver la vista para la contemplación de la laguna y dirigiéndonos a la de la Mina y más adelante la del Cebolleu o Negra, ya que sí, las aguas eso parecen. Donde la pista se acaba y los senderos se ven en lontananza, transitamos por el alombamiento y el herbazal de esta ruta de los Lagos, con varias lomas a superar por estas llamadas Brañas de Saliencia, por el Corralón y el Sumidoiro, ya veis que palabras algunas galaicas.

Caballo devorado por el lobo

Inesperadamente, dimos con esqueleto de caballo, por los lobos devorado, ultimados los restos por los buitres que por allá frecuentes en sus planeos a mediodía a la búsqueda de carroña.

La parte íntegra del esqueleto sin rastro de nada comestible porque solo la osamenta restaba.

Pepín va cantando las maravillas paisajísticas como si de cicerone se tratase e impresiona o graba todo lo que ve; Javi, portando mochila para cualquier contingencia, incluso la emergente de una tienda de campaña; Paco, admirándose a cada rato por este valle cuando giramos en ángulo de noventa grados en O Gavitón, que le vendrá por gavilán más que por gaviota, y transitando en ladera por sendero que casi permitía dos en fondo, avistamos la laguna del Valle o de Saliencia, y más adelante sobre ella decidimos que habíamos de sentar nuestros reales más que posaderas, alguno a pecho descubierto y todos a mucho sombrero por  hallarnos a sol pleno, mientras algún montañero de retorno del lago pasaba a nuestra vera y otro a la carrera, de entrenos andaba, que los senderos se prestan para estas manifestaciones deportivas. El retorno por donde idos, con otro horizonte, que de tan gozoso y reposado, a veces ganas daban de subirse entre las glaciares morrenas a cualquiera de aquellos calizos crestones, tras los cuales asomaba Peña Orniz, donde nace el río Sil, en la leonesa vertiente. 

Arribada a meta

Con cierto molimiento los cuatro, porque todavía había de subirse hasta La Farrapona; menos mal que en bajada, con Peña Ubiña como telón de fondo, iluminada por un sol que tinte rojizo le daba, fuimos arribando a Torrestío, proyectadas ya las sombras de los circundantes montes. 

Al día siguiente Pepín, a sus entrenos de preparación de figuras del tenis gallego, sobre todo alevines, infantiles o junior; Javi, a sus deberes en fiscales asesoramientos; Paco a sus matinales labores solidarias y a su vespertina medicina, y el que escribe, a nada concreto.

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