REPORTAJE

Las vides en otoño rinden un homenaje al Sil y al Miño

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photo_camera Pocas aldeas tan estratégicamente ubicadas como la de Chouzán.

Ligado al paisaje y la estacionalidad hay zonas que han hecho un argumento turístico, el del otoño en la Ribeira Sacra lo es 

El paisaje del vino es hermoso para verlo, otra cosa bien distinta es laborarlo; ÿ eso que fueron precisamente los monjes dedicados a la vida contemplativa los que introdujeron los viñedos.  

La Ribeira Sacra son muchas cosas, pero todas paisaje. Un factor importante es natural, de origen tectónico, que da pie a su monumental fisonomía en forma de cañones, acelerados por la erosión del barranco; el otro, humano, fruto de la acción sobre la naturaleza en la construcción de los desafiantes socalcos de piedra y tierra movida, donde se aprovecha la montaña de principio a fin y donde las particulares condiciones climáticas han permitido unos vinos de homenaje.  

En la viticultura de la Ribeira Sacra queda patente cómo la acción del hombre puede modificar un paisaje para hacerlo más grandioso, hasta condicionarlo de principio a fin y aportarle su verdadero sello de identidad.

Paisajes que en esta época del año, justo antes de hibernar, cobran vida propia como si la paleta cromática se dejara manipular en busca de belleza hasta que justo ahora en la segunda semana de noviembre, es una explosión. 

En el trayecto relatado hay paisajes de los que uno se enamora, pueblos como Belesar, entre Chantada y O Saviñao, que parecen fuera de época, con una belleza que tiene mucho que ver con el dominio que el viñedo ha conseguido sobre el paisaje. Y eso que el embalse homónimo dejó parte del mismo bajo las aguas, o quizás esa es su razón en su particular belleza.

En San Clodio, la Sierra da Moá apura los límites entre Ourense y Lugo, los viñedos al pie del Sil forman un tapiz de lo más luminoso. Otro punto fronterizo lo encontramos también al pie del mismo río, entre A Teixeira y Doade. La vertiente ourensana es breve, pero muy recogida en Abeleda, con laderas suaves y soleadas; más espectacular en la otra ladera, hacia Cristosende. En toda la ladera ourensana, desde Parada de Sil hasta Nogueira de Ramuín lo que predominan son los soutos de castaños y carballos.

Doade sería imposible de entender sin su viticultura y el Sil, la zona ha evolucionado intensamente en los últimos años, con la incorporación de grandes bodegas y modernización de los bancales, que en síntesis mantienen los rasgos identitarios. También es uno de los concellos (Sober) que más ha potenciado su turismo, remozado recientemente todos sus miradores, y donde es difícil no encontrarte cualquiere día con turistas, aunque algunos consideran ese factor aún un punto débil. Si otros sitios como el Valle del Jerte -Extremadura- han promovido la primavera como espectáculo, la cita aquí no es desdeñable.

Desde cualquiera de los miradores, no sólo los próximos -Soutochao o Pena do Castelo-, también desde el de Matacás, ya en Castro Caldelas, la visión es gloriosa. La estampa acelerada de colores es un regalo cada año, con el que conviene ser paciente, puesto que la imagen es transitoria, del verde al amarillo, hasta alcanzar los encarnados, justo ahora antes de que los fríos rematen el proceso.

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