PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Ascensión y caída de Mario Conde

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photo_camera Alfonso S. Palomares y Mario Conde conversan durante la visita del banquero a las instalaciones de la Agencia EFE.

Mario Conde encarnaba el nuevo metro virtual con que se medían los éxitos y el espejo en que se miraban los triunfadores

El 28 de diciembre de 1993, día de los Santos Inocentes, los españoles contemplamos asombrados e incrédulos como se rompía el sistema métrico decimal del mundo financiero. El Banco de España, después de serias ponderaciones, vio que no tenía otra salida que intervenir Banesto, destituir a su presidente Mario Conde y a todos los miembros del Consejo de Administración, al tiempo que garantizaba los depósitos para calmar la tumultuosa alarma que se había desatado.

Mario Conde encarnaba el nuevo metro virtual con que se medían los éxitos y el espejo en que se miraban los triunfadores. Era el ejemplo que todos los jóvenes querían seguir. Lo tenía todo: dinero, fama, carisma, dotes artísticas, buena planta y espíritu lúdico. ¿Quién da más? Peregrinaba al Rocío, bailaba sevillanas como un profesional y se había comprado un tablao flamenco para tocar y bailar tocando palmas con los amigos. Tenía una verdadera corte. Con 39 años había llegado a la presidencia del cuarto banco de España, Banesto, pero antes ya había ganado mucho dinero con la venta de la empresa Antibióticos a la multinacional química italiana Montedison en los milagrosos tiempos del boom. No cabe duda que se trataba de un hombre que sabía vender, pero que ignoraba los principios elementales de la gestión bancaria, tenía demasiada prisa por hacer fusiones y pactos y le fascinaba el vértigo de mover dinero. Por eso se lanzó a una expansión sin cautelas y, aun peor, sin recursos para financiarla. También exhibía nervios de acero para trasmitir credibilidad a sus arriesgadas apuestas. Representaba la imagen del banquero moderno e imaginativo siempre que no se entrase en detalles, y nadie parecía dispuesto a entrar en detalles. 


A todo ritmo


20181208230428150_resultHabía un reconocimiento universal a su labor, la Complutense le concedió un doctorado honoris causa, en la ceremonia, estuvo acompañado por los reyes y por el gotha del dinero, del arte, la política y la nobleza. Le recibían en el Vaticano con bendiciones y misas privadas, a pesar de que circulaba el rumor de que pertenecía a la masonería, y le abrían las puertas del Kremlin con obsequiosa deferencia. Tenía amigos poderosos en todas las instituciones, especialmente en los medios de comunicación. En todos. Si se repasan los periódicos, apenas hay críticas a su gestión o a su estilo de vida, con excepción de los meses anteriores al 28 de diciembre. El más entusiasta era El Mundo con Pedro J. Ramírez a la cabeza, Mario participaba en el accionariado de ese periódico con un 4%. En la abundantísima literatura sobre la persona de Mario Conde se le presenta como brillante, inteligente, hábil y seductor, pero también como vanidoso, ambicioso, intrigante y hombre implacable. A pesar de su deslumbrante éxito no se le conocían grandes enemigos.

En medio de un ritmo de vida agitadísimo, busca tiempo para volar en el jet privado al puerto mallorquín de Pollensa, donde le espera su yate "Pitágoras", o pone rumbo a su finca de 1.200 hectáreas en Ciudad Real, para relajarse cazando jabalíes y faisanes. A Mario Conde todo le había salido bien, todo le salía bien, salvo los números en las cuentas de resultados de Banesto, que iban cada día a peor. La radiografía de las cifras macroeconómicas que manejaban los técnicos y el gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, señalaban un inminente fallecimiento por asfixia si no se le sometía a una operación traumática, que en este caso no podía ser otra que la intervención de Banesto y la destitución fulminante de su presidente.

El día decisivo, Mario Conde llegó a su despacho a primera hora de la mañana, un poco antes de las ocho. Media hora más tarde sonaba el teléfono, era Felipe González para decirle que a las nueve y cuarto fuera a ver al gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo. Conde insistió en que quería verle a él, que quería ir a la Moncloa porque había discrepancias en la interpretación de los números y se iba a tomar una decisión de consecuencias terribles e inimaginables. Felipe González se negó en redondo a verle, no podía verle, era con el gobernador del Banco de España con quien tenía que llegar a un acuerdo, no con el presidente del gobierno. 

Conde habló con Rojo que le dio tres días de plazo para buscar una solución. Fue una mañana frenética de llamadas cruzadas, mientras las acciones de Banesto se desplomaban en bolsa, y los depositantes despavoridos acudían a retirar sus fondos. A la vista de las nuevas circunstancias, Luis Ángel Rojo llamó a Felipe González para contarle lo que estaba sucediendo y comunicarle que tanto él como el Consejo Ejecutivo pensaban que había que adoptar inmediatamente las medidas de intervención. Felipe escuchó con tristeza y preocupación la información que le trasmitía el gobernador, preocupado por el deterioro que podía derivarse para el sistema financiero. Había intentado que la solución no fuera traumática, pero lo sería. “Si no hay otra alternativa -le contestó a Rojo- tienes mi confianza". 

Y a partir de ahí, el ruido y la furia. Todos los analistas coincidieron en que se trataba de una medida ajustada a la ortodoxia bancaria, una medida dictada por la situación económica del banco, sólo El Mundo le puso el estribillo de que se trataba de una decisión política alentada por González. Por mis contactos de aquellos días con Felipe González puedo asegurar que vivió los acontecimientos con amargura, que le gustaría encontrar otra solución, pero no la había.

Los primeros cálculos arrojaron que se necesitaban 605.000 millones de pesetas para el saneamiento, y el déficit patrimonial superaba con creces los 200.000 millones. El resto de los datos como el déficit de provisiones para la cartera de créditos y el de activos dudosos, certificaban una situación de desastre. La intervención supuso un durísimo golpe personal para Mario Conde, que tenía 45 años y llevaba seis como presidente. No soportaba la realidad de que su situación era la consecuencias de una mala gestión bancaria, y por eso buscó enemigos exteriores, de gran talla, para explicar y explicarse su fracaso. Los encontró en el sistema y en el presidente Felipe González. Conde sabía que Felipe se había limitado, y con tristeza, a dar luz verde para que levantaran acta de la situación. Pero Felipe le convenía a Mario como antagonista a su papel de héroe-antihéroe en la dimensión de mártir de aquella batalla. Entró 1994 bajo el signo del ruido de la intervención de Banesto y la furia de Conde. A partir de ahí la sombra del caído tendrá una presencia múltiple en el paisaje político, judicial, y en las galerías de conspiraciones. Con el tiempo iríamos sabiendo que en Banesto habían hecho algo más que ingeniería financiera, supimos que habían metido la mano en la caja, según las sentencias.


Peregrinaje judicial


A partir de ahí comenzó para Mario Conde un pedregoso y complicado peregrinaje judicial con varias causas abiertas derivadas del caso Banesto, considerado el mayor escándalo financiero de los años 90. El primer juicio le llegó por Argentia Trust en el que fue condenado a seis años de prisión, aunque solo cumplió año y medio. En 2001, la Audiencia Nacional lo condenó a 14 años de prisión por estafa y apropiación indebida y le obligaba a devolver 7.200 millones de pesetas a Banesto. Sus defensores recurrieron al Tribunal Supremo que terminó condenándole a 20 años de cárcel, de los que por beneficios penitenciarios solo cumpliría la mitad en Alcalá Meco, dejando incondicionales amigos entre los presos comunes. A pesar de las variadas condenas siempre mantuvo su inocencia.

Las veces que le encontré y charlamos pude comprobar su facilidad de palabra y rapidez de ideas. Recuerdo particularmente el día en que vino a comer a mi despacho. Eran los tiempos en que los directivos de Banesto y el Banco Central habían llegado a un acuerdo de fusión, pero surgieron una serie de dificultades y el día señalado para compartir la comida, coincidía con la ruptura de la anunciada fusión entre los dos bancos. La escenificarían ambos presidentes a las cinco de la tarde. Pensé que no vendría a comer, que estaría ocupado preparando la importante reunión que tenía con Alfonso Escámez. Me equivoqué, a las dos y media en punto entraba por las puertas de mi despacho. Durante la comida exhibió una gran tranquilidad y sangre fría, la suerte estaba echada y no tenía porqué preocuparse y darle más vueltas. Hablamos  mucho sobre Galicia y en concreto sobre Ourense.

Después de cumplir las condenas, escribió libros con éxito de ventas y se dedicó a la política con escasa fortuna. Con el partido Sociedad Civil y Democracia, fundado por él, se presentó a las elecciones al Parlamento Gallego, pero quedó lejos de obtener el apetecido escaño. Juega con frecuencia a un populismo de élites contra el sistema. Puro ajedrez ideológico.

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