ANÁLISIS

Breves pontificios desaparecidos

En la reciente Carta Encíclica Laudato Si’, firmada el 24 de mayo de 2015, solemnidad de Pentecostés, y publicada el 18 de junio siguiente, el Papa Francisco, en 172 citas a pie de página, alude a numerosos documentos que hacen referencia al planeta Tierra y a la conservación del ecosistema.

Entre ellos, además del Cántico de las criaturas de San Francisco de Asís y otras cartas encíclicas de sus predecesores, hay diversos textos conciliares, el Catecismo de la Iglesia Católica, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino y otros escritos relevantes como la Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo de 1992, la Divina Comedia de Dante Alighieri, y hasta un texto del maestro espiritual musulmán Ali Al-Khawwas. La encíclica remite además a significativas declaraciones publicadas por varias Conferencias Episcopales, entre las cuales la de Portugal, y de agrupaciones eclesiales de muchos Países, como la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, la Federación de las Conferencias de los Obispos de Asia y los Obispos de la Región Patagonia-Comahue.

En el capítulo IV, al reflexionar sobre el mundo actual, en el cual "todo está íntimamente relacionado" (n.137), retoma un texto de la Carta Pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum, publicada por la Conferencia Episcopal portuguesa el 15 de septiembre de 2003, para hacer una llamada a custodiar y a transmitir a las próximas generaciones la Casa común que hemos heredado. Se propone la "solidaridad intergeneracional" como un ineludible deber de justicia, en el que "el ambiente se sitúa en la lógica de la recepción". El patrimonio natural, en efecto, es "un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente" (n.159).

Se trata, en fin, de una tarea que implica una "conversión ecológica". Este metanoia es una responsabilidad individual y social que comporta un cambio radical del modo de pensar y de actuar, un humanismo concreto y una antropología que conciben al hombre como un ser "en relación" e interdependiente, abierto al misterio, al mundo que lo circunda y a los otros hombres.

De esta ética ambiental también se ha hecho portavoz, además de la tradición teológico-mística, la Doctrina Social de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el séptimo mandamiento exige el respeto a la integridad de la creación. El Papa Benedicto XVI, con ocasión del Ágora de los jóvenes italianos del 2007, exhortó a las nuevas generaciones a adoptar decisiones atrevidas y a trabajar con urgencia en la defensa del planeta, ante de las evidentes señales de desequilibrio. Una emergencia que debe alcanzar no solamente el ambiente natural, sino también el humano. Al respecto, San Juan Pablo II exhortó a cuidar el medio ambiente natural pero sin despreciar el empeño por salvaguardar lo que él mismo denominó "ecología humana" (Centesimus annus, 38).

Si bien la sensibilidad y el sentimiento de la responsabilidad ecológica es una nueva y siempre creciente conquista, es necesario reconocer que ya existía antes de los años setenta del siglo pasado, cuando apareció con fuerza el movimiento ecologista en defensa de la Naturaleza y aún antes del siglo XIX, cuando fue creado el neologismo "ecología" por Ernst Haeckel (1866). Efectivamente, siempre a lo largo de la historia lugares y parajes ricos en belleza, armonía, calma y silencio, - reminiscencias de un paraíso imaginado -, han sido reconocidos, defendidos y valorados por la humanidad.

Es el caso del Mata Nacional del Buçaco, bosque de incomparable belleza que se localiza en el área norte de la Sierra del mismo nombre, en la Beira Litoral, región del centro de Portugal. Se trata de 105 hectáreas de montes empinados, de formaciones rocosas y de valles recónditos y húmedos, repletos de frondosa vegetación. Este espacio fue creado por los frailes carmelitas descalzos. En el 1628, en el centro del bosque, fue colocada la primera piedra para la construcción de un pequeño y humilde convento dedicado al culto de la Santa Cruz y erigido un alto muro que valló toda la propiedad.

Allí se estableció una comunidad de carmelitas dedicados a la vida ascética y eremítica en un entorno dominado por el silencio. La importancia de este cenobio y el reconocimiento explícito de los valores materiales, espirituales y culturales vinculados a este espacio natural se evidencian gracias a dos breves pontificios del siglo XVII. Ambos certifican inequívocamente la preocupación "ecológica" y el valor inmaterial de este espacio. Esta percepción, al más alto nivel de las instancias eclesiásticas, pone de relieve la importancia de la Mata del Buçaco y demuestra también de manera evidente el carácter fundamental de como fueron considerados estos lugares.

En 1622, Gregorio XV, hizo un reconocimiento público del objetivo fundamental de la Casa do Ermo del Buçaco. En 1643, un nuevo breve apostólico, de Urbano VIII, constituye probablemente uno de los primeros documentos de la edad moderna que, con fuerza de ley, protege la naturaleza, en un período de post expansión ultramarina en el que predominaba una cierta degradación e ineficacia de las políticas.

Dice el Breve del Papa Barberini, para perpetua memoria: "Queriendo nos, por cuánto podemos en el Señor, proveer a la conservación y al mantenimiento de los árboles del convento de Santa Cruz de Bussaco de los carmelitas descalzos del obispado de Coimbra y conceder especiales gracias y favores al prior y a los otros religiosos absolviéndolos de cualquiera sentencia de excomunión etcétera. Prohibimos bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda, que de aquí en adelante ninguna persona, de cualquier autoridad, ose sin el permiso explícito del prior, que a su tiempo ha fundado este convento, entrar en la clausura para cortar árboles, de cualquier tipo ellos sean, o hacer otro daño. No obstante cualquier constitución apostólica o del convento o de susodicho orden en contrario. Queremos que una copia de esta prohibición se conserve fijada en las puertas del convento o en otro lugar visible a todos. Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del pescador, el 28 de marzo de 1643, Año XX de Nuestro Pontificado."

Con el documento, se prohíbe por tanto, la entrada en el recinto religioso con el objetivo de causar cualquier tipo de daño en aquel entorno colmado de belleza natural. Quiso el Santo Padre que el edicto se publicase en las puertas del convento o en otro lugar visible para todos. Y así fue. Y gracias a ello conservamos hoy las losas conmemorativas de época remota con los dos breves sobre el muro del "Mata". Los dos son la firme atestación del interés secular del ser humano y concretamente de la Iglesia por la custodia de los valores materiales e inmateriales vinculados a la Naturaleza.

Una reciente y cuidadosa investigación revela que, desafortunadamente, los dos breves pontificios de 1622 y 1643 apenas citados no se encuentran en el Archivo Secreto Vaticano. Sería interesante averiguar si hay rastro de ellos en algún archivo portugués.

Portugal se convierte, de este modo, en uno de los Países pioneros de la causa ecológica integral. Una ecología que, concebida de modo amplio y exhaustivo, tiene que poseer naturalmente una marcada dimensión de solidaridad intergeneracional.

El Buçaco con su rica colección de cedros, abetos, secuoyas, acacias, tilos, palmas, rododendros y con los enormes ejemplares de "cedro del Buçaco" (Cupressus lusitanica), testimonia que la salvaguardia y transmisión de estos espacios únicos y especiales, también en su dimensión inmaterial, ya ha sido una efectiva preocupación para los administradores eclesiásticos de aquellos territorios en el siglo XVII.

Afortunadamente, a finales del siglo XX y principios del XXI, los valores inmateriales han sido de nuevo enfatizados, gracias a las intervenciones de muchos Organismos internacionales. Así, la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura (Unesco), exalta los valores culturales e integra también el aspecto inmaterial y espiritual de la naturaleza, y la Unión internacional para la Conservación de la naturaleza (Iucn) reconoce la saludable alianza de los valores culturales y espirituales de cada patrimonio natural de la humanidad.

Vivir en un permanente y equilibrado contacto con el ecosistema permite maravillarse ante la Creación, descubrir a través del mundo visible el espectáculo de lo invisible y entrar en un silencioso diálogo contemplativo con el Trascendente, con el otro y con nosotros mismos.

El bosque Nacional de la Sierra del Buçaco, lugar mágico de enorme valor naturalístico y rico en historia, arte, cultura y espiritualidad, que merece la pena visitar, es testimonio de como un patrimonio natural, con su doble dimensión, material e inmaterial, sea un precioso tesoro que cada generación tiene que transmitir a aquellas futuras.

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