CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Camilo José Cela o la genialidad iconoclasta

Alfonso Palomanes
photo_camera Alfonso S. Palomares charla con Cela en la cena que le ofreció el embajador de Suecia por la concesión del Nobel.

Cela hizo muchas cosas y muy pronto. De niño ya apuntaba maneras, fue expulsado por tirarle el compás a un profesor

Desde joven comenzó a construir el personaje heterodoxo e iconoclasta, genial y disparatado que terminaría siendo el resto de su vida. Un fabuloso exhibicionista. Un permanente hombre espectáculo cuando se encontraba en los escenarios adecuados, especialmente los compuestos con señoras. Le gustaba provocar y a ellas les encantaba que lo hiciera. Sus procesos verbales eran infinitos cuando se trataba de erotismo, podía mover mil frases, palabras y metáforas en torno a las anatomías que se extienden en los alrededores del monte de Venus, donde se cultivan los frutos del bien y del mal. Una vez le encontré en los salones del hotel Palace rodeado de un grupo de mujeres de mediana edad ansiosas de emociones fuertes.

Don Camilo dijo que le gustaría ser arzobispo de Manila y una de ellas le preguntó por la mujer de la que guardaba mejor recuerdo, engoló la voz y le respondió con tono de barítono: “Le diría que de Purita, natural de Celanova, la más cachonda que conocí. ¡Daba gusto verla!”. Unas semanas después leí eso en uno de sus artículos. A los dichos ingeniosos les sacaba una gran rentabilidad, como a las distintas posturas del amor.

Podía ser obsceno al hablar, pero nunca grosero, por eso las que esperaban rosarios de groserías quedaban decepcionadas. Con el lenguaje erótico hacía verdaderos malabarismos. Era un verdadero orfebre. Tratando de poner a la misma altura el escritor y el personaje. Recuerdo cuando Cela ya estaba en todos los escaparates del talento, un día mi amigo Baldomero Isorna, el poeta de Catoira como él se llamaba, me llevo a la casa del futuro Nobel en la calle de Ríos Rosas. Por aquel entonces yo estudiaba en la Universidad de Madrid y estaba predispuesto para el deslumbramiento ante un personaje de sus dimensiones.

Allí nos juntamos aparte de Isorna y yo, Mariano Tudela, García Nieto, Antonio D. Olano y otros cuatro o cinco cuyos nombres he olvidado. Nos ofreció una merienda adecuada a lo que le habían pagado por la última traducción de “La familia de Pascual Duarte” al armenio, eso dijo. Después de merendar sacó una botella de licor café que había traído de Iria Flavia, y después de colmándolo, al licor café, nos lo dio a beber. Había que beberlo de la botella para disfrutar de todo su aroma y sabor. Nos sentamos en fila y el nos ponía la botella sobre la boca y descargaba el líquido sin cautela de tal forma que una buena parte se desparramaba por nuestra camisa. Solo Isorna protestó diciendo “Bota máis, eres un miserable, non me chegou nin á gorxa, perdeuse todo po la camisa”. A mi edad de entonces me pareció un show incomparable. Me llamó poderosamente la atención cuando al final de la velada dogmatizó: “El pedo es un arte que se está olvidando. El pedo debe ser sonoro, levantando ligeramente la pata contraria.” Inmediatamente pasó de la teoría a la práctica y lanzó uno que resonó por toda la casa como un petardo de fin de año.

De joven fue muchas cosas, entre otras torero. No se recuerda nada de las faenas que pudo haber hecho cuando toreaba, en cambio recordamos esta muesca literaria: “El toreo es un arte misterioso, mitad vino y mitad ballet. Es un mundo abigarrado, caricaturesco, vivísimo y entrañable, el que vivimos un día los que soñamos ser toreros.”

La velada donde Baldomero quería más licor café se la recordé varias veces a lo largo de nuestros variados encuentros a lo largo de los años. Y nos reíamos recordando algunas anécdotas de Isorna, como el que tuviera el despacho de procurador en el café Gijón. 

20181124211818821_resultCela hizo muchas cosas y muy pronto. De niño ya apuntaba maneras, fue expulsado de los escolapios por tirarle el compás a un profesor, ignoro que otras consecuencias pudo tener ese lanzamiento. Parece que la sangre no debió llegar al río. Lo que queda claro es que estaba bien dotado para el tremendismo. En los maristas la cosa fue más seria, le expulsaron por organizar una huelga. Tenía vocación de sindicalista, pero no persistió en ella. En el año 1931, la tuberculosis se apoderó de sus pulmones, le internaron en el sanatorio antituberculoso del Guadarrama. En aquellos vientos fríos se dedicó a la lectura que posiblemente contribuyó a cambiar el resto de su vida. En esa dura experiencia se basó para escribir “Pabellón de Reposo”. Leyó todo lo de Ortega y Gasset y la mayoría de los escritores de la generación del 29. Ahí decidió que sería escritor. Diez años después, a los veintiséis, publicaba en una pequeña editorial burgalesa, tal vez una de sus mejores novelas: "La familia de Pascual Duarte". Una obra maestra y fundacional de lo que se llamó tremendismo literario. ¿Cómo se le ocurrió ese tema?, le preguntaron un día: “Empecé a sumar acción sobre acción y sangre sobre sangre y aquello me quedó como un petardo". Le gustaba eso que los franceses llaman y cultivan “epater le bourgeois”, dejar patidifusos a los burgueses. Cuando tenía el original de Pascual Duarte bien pulido se lo llevó a don Pío Baroja pidiéndole que le escribiera el prólogo.

Don Pío lo leyó espantado, aunque valorando la fuerza argumental y el vigor del estilo. Unos días más tarde acudió de nuevo Cela a recoger el posible prólogo, pero don Pío, que no era hombre de excesivo coraje, le dijo: “No querrá usted que vaya a la cárcel.” Por su parte el doctor Marañón aceptó encantado escribirlo y hay que decir que le salió una introducción genial.
Entró en la Real Academia muy joven, tenía 42 años. Decía, con cierta gracia, que el de la Academia era el único sueldo fijo que había tenido a lo largo de su vida. Las dietas por asistencia eran ridículas en aquel tiempo, un duro o algo así. Si te encontrabas a Camilo un jueves a primera hora de la tarde camino de la Academia y le invitabas a un café, podía contestarte: “No puedo, tengo que ir a defender el único sueldo fijo que tengo". También solía decir: "Llegar a la Academia es como tirarse a la vecina. Una vez que la has tirado, ya está". De su paso por la docta casa dejó unas palabras muy características de su ingenio, como tontopolla, gilinbecil, caranchoa, locachonda y otras de análogo pelaje.

En una ocasión acudieron a su piso unas monjitas para pedirle ayuda y les abrió en cueros, al contemplar tal espectáculo las monjas huyeron espantadas. A una periodista la recibió también de semejante guisa. A otra la tiró de broma a una piscina e hicieron la entrevista en el agua. Con las piscinas tenía una cierta querencia, en una ocasión fue invitado a inaugurar una, acudió vestido de smoking y después de leer el discurso se lanzó al agua vestido de gala. Al día siguiente supo que había corrido un cierto riesgo con aquel chapuzón improvisado, había unos cables sueltos que pudieron haberle electrocutado. 
A veces le salían ramalazos agresivos como ocurrió una tarde en una fiesta que se celebraba en Marbella. Cela llegó acompañado de su mujer Marina Castaño y vio al periodista de prensa rosa Jesús Mariñas y, sin encomendarse a los dioses de la prudencia, se lanzó sobre él a gritos y puñetazos intentando tirarle a la piscina (otra vez una piscina). Intervino el periodista Antonio D. Olano para impedirlo, pero Camilo estaba poseído por una furia incontenible y siguió insultándole y agrediéndole. Varios invitados consiguieron calmarle. Al parecer la irritación se debía a un escrito de Mariñas sobre la venta de unas fotos de la boda de Marina con el escritor. 

Un día llamó el gran amigo de Cela Luis Caruncho a mi mujer Ana Tutor, los dos habían coincidido trabajando en el Ayuntamiento de Madrid en la época de Tierno Galván, para invitarnos a cenar con Cela y una amiga. Acudimos a un restaurante de Cuatro Caminos y aparecieron Luis Caruncho, Cela y una amiga. La amiga era la periodista Marina Castaño que ejercía su profesión en Santiago de Compostela, pero entonces nadie sabía que les unía una relación sentimental. No era fácil adivinarla dada la diferencia de edad. Don Camilo como siempre estuvo ingenioso y seductor, con miradas y gestos delatores hacia Marinita. Aquella noche Ana y yo jugamos a las adivinanzas de cual podía ser la naturaleza de la relación entre los dos. Un reportaje de la revista Hola publicado dos semanas más tarde nos sacó de dudas. 

La obra literaria de Camilo era amplia, variada y original, desde hacía algunos años, cada otoño, sonaba como posible candidato al premio Nobel de Literatura. Un día de primeros de octubre de 1989 Ana y el matrimonio Barrionuevo, entonces ministro de Trasportes, fuimos a cenar a su casa de Guadalajara. Salió el tema del Nobel y se manifestó muy escéptico, diciendo: "Yo y Borges somos las eternas damas de compañía del ganador". Unos días después tuve que viajar a Washington para visitar la delegación de la Agencia EFE. El 19 de octubre me levanté temprano, fui a la sede de la agencia y comencé a mirar los teletipos que iban entrando. Casi di un grito de alegría al leer el que acaba de entrar a las nueve en punto hora de Washington: "El novelista español Camilo Jose Cela ha ganado el premio Nobel de Literatura". Le llamé inmediatamente y me dijo que era la primera llamada que recibía. No podía caber más felicidad en sus palabras. Desde entonces empezó a autodenominarse don Camilo el del premio y llegaron los homenajes. El más importante fue el que le ofreció, en su residencia, el embajador de Suecia en Madrid. Asistimos unas cuarenta personas, entre ellas don Juan de Borbón. Don Camilo tenía la cabeza nimbada de gloria. Era un ser dichoso.

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