SOCIEDAD

Cerveza entre monjes y hipsters

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photo_camera Distintas variedades de cerveza en el Museo de la Cerveza de Schaerbeek.

El Día Mundial de la Cerveza rinde en Bélgica tributo a un brebaje alcohólico elaborado desde hace milenios con agua, malta, lúpulo y levadura, receta que los maestros belgas han trabajado con tanto esmero desde la Edad Media

Michel Roevens, uno de los jubilados que atienden el Museo de la Cerveza de Schaerbeek, abierto hace 23 años en la comuna donde vivió el pintor surrealista René Magritte. "El éxito de la cerveza belga se debe a que hay mucha variedad de sabores", explica. El centro se encuentra en un barrio conocido por las cerezas a partir de las que se obtiene la kriek, una de las variedades del catálogo cervecero belga, junto con las rojas, las blancas, las de abadía, las regionales, las de fermentación espontánea... En total, unas 1.500 bebidas diferentes elaboradas por 224 fabricantes en un país con una población de 11 millones de personas que produce el 1% de toda la cerveza que se bebe en el mundo.

Regentado y atendido por voluntarios, el Museo de la Cerveza de Schaerbeek que preside Pierre Mees, de 76 años, oscila entre un bar clásico y un templo de reliquias, adornado con unos 2.200 vasos y 1.900 botellas de cerveza producidas en Bélgica a lo largo del último siglo. Suele decirse que 4.000 años antes de Cristo los sumerios ya bebían cerveza, aunque no existen evidencias históricas. Sí se sabe con certeza que su consumo se extendió por el Antiguo Egipto y más tarde por Grecia, Roma y los pueblos bárbaros.

Pero su verdadero esplendor comienza en los monasterios medievales europeos. Y es ahí donde aparecen los belgas, a través de la primera receta de cerveza de la que se tiene constancia, que se encontró en Gante y data del siglo XIV.

Desde entonces, Bélgica se ha distinguido por producir algunas de las cervezas más apreciadas del mundo. Ejemplo de ese cariño monacal por el cereal fermentado es la Westvleteren, la cerveza más reconocida de Bélgica entre las trapenses, aquellas producidas en una abadía por monjes cistercienses que dedican los beneficios al mantenimiento del monasterio o a obras de caridad. Pero Bélgica, donde hasta inicios de los años ochenta a los niños se les servía cerveza de baja graduación en los comedores escolares, no apuesta todo su legado a los frailes y cuenta también con músculo empresarial a través de la mayor multinacional del sector, la belgo-brasileña InBev, que comercializa marcas como Budweiser, Corona, Stella Artois, Leffe o Jupiler.

innovadoras recetas

Y el paisaje cervecero belga ofrece, además, una tercera capa de diversidad: los artesanos inspirados por el renovado interés por la cerveza surgido en Estados Unidos al arrancar el presente milenio. "No nos aferramos a la tradición, intentamos hacer nuevos estilos, aportar nuevas ideas, hacer locuras y ser tan innovadores como podamos", explica el ingeniero agrónomo Antoine Dubois, uno de los jóvenes detrás de la empresa Beer Brussels Project. Preparan 25 recetas de cerveza al año en una espiral de experimentación perpetua, importando técnicas de Alemania o el Reino Unido y colaborando con productores foráneos, como los españoles In Peccatum o Laugar. "Queríamos ser distintos, hacer algo de nuestra generación. Estamos muy orgullosos de haber surgido en el siglo XXI", comenta Dubois sobre una empresa que ha convertido en su emblema la marca Delta, una IPA de 6,5 grados, regusto amargo y notas afrutadas.

Esa cervecería bruselense, donde sirven 200.000 de los 600.000 litros que producen anualmente una docena de jóvenes cosmopolitas que van a trabajar en bicicleta y faenan de cara al público, da una vuelta de tuerca a la producción de un país que ha hecho de la cerveza una de sus insignias junto con el chocolate y las patatas fritas.n

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