CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Ciudadano, estandarte de los consumidores

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photo_camera Los Accionistas de Ciudadano, después de la presentación de la revista.

Nuestra batalla era la de crear un sentido crítico en el consumidor para que exigiera que aquello que le daban correspondía a lo que quería

El 2 de octubre de 1973, a última hora de la tarde, celebramos en el salón Hermitage del hotel Eurobuiling el nacimiento de Ciudadano, una revista mensual dedicada a la defensa del consumidor. Siempre se dice o suele decirse cuando aparece un nuevo medio de comunicación que viene a llenar un hueco que había en el mercado, forma parte de los convencionalismos verbales, pero en esta ocasión era una verdad evidente. No había nada parecido en los quioscos. Yo figuraba como director, pero en realidad compartía la dirección con Heriberto Quesada y con un comando de periodistas jóvenes con poca experiencia pero sobrados de entusiasmo. Sabíamos lo que queríamos y habíamos discutido mucho sobre los métodos que debíamos utilizar para lograrlo. La celebración del nacimiento de un medio presupone que antes hubo momentos de tensiones placenteras e incluso ensoñaciones románticas a la hora de engendrar, pero los meses de gestación conllevan incertidumbres cruzadas de altibajos e incluso temores a que se produzcan abortos prematuros. La vida misma. 

El mundo periodístico había comenzado a moverse algo y había que moverlo más. Los movimientos que entonces calificábamos  de aperturistas en los medios de comunicación eran escasos y los expresábamos en el lenguaje de las contraseñas, las metáforas  resbaladizas y oras veladuras verbales. La agencia de reportajes de la que vivíamos hacía varios años seguía funcionando bien y decidimos entrar en una nueva aventura. Empezamos a barajar la idea de poner en marcha una revista crítica con el franquismo, pero sin sembrar alarmas en la censura, como si creyéramos que se podían hacer tortillas sin romper huevos. Y encontramos la piedra filosofal, haríamos una revista de defensa del consumidor, tan desamparado por las leyes vigentes que no tipificaban la mayoría de los productos básicos del consumo.

En un simposio sobre consumo celebrado recientemente en Roma se había llegado a la conclusión que a causa de las irregularidades en la oferta de artículos, España se había convertido en el país europeo con más índice de fraude, y por eso sería fácil vender a la opinión pública y en los quioscos informaciones que convirtieran la lucha contra el fraude en el objetivo prioritario. Barajamos varios títulos. Queríamos encontrar uno que como Cambio aportara también un perfil ideológico. Y lo encontramos, la nueva revista nacería bajo el título de Ciudadano. Empezamos a comentar el proyecto con gentes de nuestro entorno y pronto encontramos un grupo de amigos interesados en participar en la aventura, unos poniendo dinero, no mucho, ya que el planteamiento no lo exigía, y otros integrándose en el diseño informativo y empresarial. La empresa la presidiría el joven e inquieto abogado coruñés Antonio Vázquez Guillén, un apoyo que resultó ser muy importante, y en algunos momentos clave, a la hora de dar respuesta a las frecuentes querellas y demás zancadillas judiciales. Con Manuel Saco, José Antonio Martínez Soler, Paco Hernández Sayans y Ana Westley como núcleo duro, formulamos en discusiones interminables la vertebración de los contenidos. Habíamos estudiado revistas francesas como "50 millones de consumidores" y "Que Choisir". Onésimo Anciones, el tipo más genial y divertido que entonces pisaba las redacciones madrileñas, sería el encargado de confeccionar le revista, por lo tanto de presentarla con un rostro y una anatomía atractivos. 

Desde el punto de vista de los contenidos, lo más novedoso y que iba a resultar absolutamente perturbador con efectos colaterales sería el de los análisis comparativos. Marcarían la singularidad de la revista. Consistía en el análisis de seis o siete marcas de productos de gran consumo, como aceites, leches, aguas embotelladas, vinos, helados, champús, desodorantes o yogures y los sometíamos al análisis en laboratorios altamente cualificados tanto por su capacidad tecnológica como de personal. Con el apoyo jurídico de Antonio Vázquez Guillén, diseñamos los pasos a dar para no cogernos los dedos y evitar que un fallo técnico nos llevara por delante. 


Muchos millones en juego


Había en juego muchos millones, muchos. Los protocolos eran nuestra red de seguridad. En la redacción elegíamos los productos a analizar y decidíamos las marcas teniendo en cuenta el nivel de consumo en todo el territorio nacional. Después, uno o dos de nosotros acompañábamos al notario del colegio de Madrid Ramos Armero e íbamos a las tiendas para adquirir los productos previamente señalados. Ramos Armero se identificaba como notario, hacía la compra, metía los productos en una caja y la precintaba. De la tienda íbamos a uno de los laboratorios especializados en los productos a analizar y el notario le entregaba la caja precintada levantando acta de quién los recogía. Una vez analizados le pasaban los resultados al notario y el notario a nosotros. En los laboratorios también hacían las observaciones técnicas. Pagábamos religiosamente los productos, al notario y a los laboratorios. Cuando se trataba de analizar lavavajillas, coches o similares, buscábamos apoyo en revistas o institutos internacionales especializados en control de calidad, y siempre los logramos principalmente en Alemania. 

En teoría todo parecía fácil, sonaba a melodía sin estridencias, pero la práctica fue otra cosa. Advertimos a los lectores que el objetivo de los análisis comparativos no era cazar escandalosas irregularidades, ni perjudicar a ninguna empresa o marca, si no defender al consumidor. Cuando un producto salía mal hacíamos un nuevo análisis antes de publicar los resultados, y solo los publicábamos cuando teníamos la certeza absoluta que lo publicado respondía a la realidad. Era aquél un mercado virgen y en ocasiones asilvestrado, lleno de sombras legales y con la reciente fiebre por consumir desatada cuando superamos los mil dólares per cápita. Nuestra batalla era la de crear un sentido crítico en el consumidor para que exigiera que aquello que le daban correspondía realmente a lo que querían comprar.


Un yogur no apto


En los análisis de los primeros números detectamos que un popular yogur fue declarado no apto para el consumo por los especialistas, encontramos que dos marcas de vino contenían colorantes prohibidos, conservantes peligrosos en el marisco, aguas con diversas contaminaciones, leches infantiles que no tenían la calidad prometida, etcétera. Todos los que salían mal o con irregularidades manifestaban su protesta, pero al comprobar la seriedad de nuestros procedimientos en la mayoría de los casos prometían corregir las irregularidades. Hubo una firma que no lo hizo y puso el grito en el cielo haciendo toda clase de movimientos oscuros para neutralizarnos. Me refiero al agua de Solares, la más consumida en el mercado, y eso que solo le pusimos leves reparos. En su publicidad y en su etiqueta, esa agua decía que era imprescindible en el biberón de los niños. Se recomendaba para enfermedades nerviosas, gastroenteritis, colitis, para terminar afirmando que mejoraba la digestión. En el análisis que los químicos escribieron se decía: "En el análisis, una muestra evidenció contaminación por E. coli en 1 c. c., en los restantes centímetros cúbicos el resultado fue negativo. Exactamente lo mismo sucedió en la repetición de los análisis siete días más tarde. Esto, unido al alto número de colonias bacterianas detectado, nos obligó a aconsejar a la firma envasadora de esa agua que intensificase la vigilancia del perímetro de protección del manantial. A pesar de esas salvedades, el laboratorio la dio apta para el consumo. Pero no valió de nada, nos amenazaron con querellas multimillonarias y profetizaron destruirnos. No estábamos preparados para una granizada de tales dimensiones. Detuvieron las querellas al saber que los análisis los habían hecho y firmado los prestigiosos doctores Gustavo del Real y Fernando Pérez Flores del Instituto Llorente y por eso buscaron otras maneras de asfixiarnos, presionando para que no nos dieran publicidad. El señor Juan Luis Calleja González Camino, presidente del Instituto Nacional de Consumo, escribió dos circulares a la Asociación Española de Anunciantes y a diversas agencias de publicidad  recomendándoles el boicot publicitario a Ciudadano. Como dato informativo, diré que Juan Luis Calleja González Camino era hermano de Rafael Calleja González Camino, director gerente de Agua de Solares. Tuvimos que defendernos en una pelea sin misericordia, desmontando uno a uno sus argumentos en un número especial de Ciudadano del que se vendieron 160.000 ejemplares. Ganamos la batalla de la opinión pública, saliendo fortalecidos.

Tiempo después hubo otra aria batalla encabezada por el doctor Yuste Grijalva, director provincial de Sanidad en Pontevedra, sobre la calidad sanitaria del agua de Solares, en la que también estuvo implicado Ciudadano, a la sazón dirigido por Heriberto Quesada. En el implacable cruce de golpes, aquí la pelea fue a última sangre, el agua de Solares resultó provisionalmente noqueada, siendo retirada un tiempo del mercado. 

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