con los protagonistas de la historia

José María Aznar, el hombre temperamental

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photo_camera Alfonso S.Palomares acompaña a José María Aznar después de su visita a la Agencia Efe.

Era el líder de la oposición, faltaban dos años para convertirse en inquilino de la Moncloa, pero ya tenía gesto de mando

Fíjense en esa foto en la que José María Aznar y yo flanqueamos a una guapísima y elegante señora argentina, esposa de un importante empresario que formaba parte del séquito del presidente Menem en su viaje oficial a España. Lamentablemente he olvidado el nombre y los funcionarios de la embajada argentina a los que acudí para que enmendaran mi olvido no se pusieron de acuerdo en quién pudiera ser. Hace mucho tiempo, dijeron. Efectivamente hace mucho tiempo, 24 años y por eso le llamaré la Bella. Es un calificativo que la define. La foto fue tomada en la cena de gala que los Reyes de España ofrecieron al mandatario argentino. Aznar era el vigoroso líder de la oposición, le faltaban dos años para convertirse en inquilino de la Moncloa, pero ya tiene el gesto de mando apuntalando las palabras de su discurso con dedo índice levantado. 

Antes de sentarnos estuvimos un rato de pie charlando esperando la entrada de los Reyes y del presidente Menem. En la charla la Bella dijo: "Que suerte tienen ustedes de tener un presidente tan fascinante como Felipe, verdaderamente seductor. Esta tarde estuvimos con él y comprobamos que es un gran hombre de Estado. Salimos entusiasmados”. Vi como Aznar cambiaba de color a medida que el panegírico de la Bella acumulaba adjetivos laudatorios hasta que no pudo resistir y dijo: "Mire señora, González es un desastre. Su figura está totalmente deteriorada por los escándalos de corrupción y su gestión tanto política como económica no puede ser peor". La Bella le miraba desconcertada y asombrada, y fue entonces cuando me vi obligado a intervenir diciendo: "No le extrañe lo que dice, es José María Aznar, el jefe de la oposición. Su papel es oponerse y criticar a Felipe González". Me lo sospechaba, dijo la Bella. Aznar siguió con la crítica en tono cada vez más severo. En un momento dado, la Bella me comentó en tono confidencial: "Que señor más temperamental. Nunca se ríe". Es un liberal radical, le dije, por decir algo.

Después la conversación cambió de tono y de tema, y Aznar hizo un alarde de sus conocimientos sobre la situación en Argentina, en sentido positivo. Terminamos hablando de Borges y del boom de la literatura sudamericana en España. La cena finalizó como de costumbre con los discursos del Rey y del presidente Menem. Unos discursos donde se exaltaban las excelentes relaciones entre ambos países y los lazos históricos que unían a los dos. Menem de talla baja y maquilladísimo, llamaba la atención por sus enormes patillas y la gutural pronunciación de los adverbios.

Sobre la morriña

Al final de la cena, salimos a tomar café a un salón contiguo en donde se formaron diferentes grupos de conversación. Algo así como en el palco del Bernabéu, solo que vestidos de etiqueta. Felipe González me presentó a Menem diciéndole que era gallego. "Entonces me debo sentir como en Buenos Aires en donde hay tantos gallegos", comentó Menen. Hizo una alabanza de la integración de los gallegos en la Argentina sin perder sus rasgos de galleguidad, tanto que para conocer a fondo el país es necesario saber el papel que han jugado y juegan. "¿Cómo se llama eso que sienten los gallegos cuando están lejos de Galicia, creo que hay una palabra concreta?".

- Sí, le respondí: morriña. Una especie de nostalgia que se siente al estar lejos de la tierra natal.

Cuando empezábamos a charlar sobre ese sentimiento, se acercó el ministro de Asuntos Exteriores Javier Solana que al parecer tenía cosas más importantes que decirle que una divagación sobre la morriña. Aunque Menem no se acordaba yo ya había estado charlando con él con un pequeño grupo de periodistas durante la Conferencia de Madrid para preparar el proceso de paz entre Israel y la Organización para la liberación de Palestina. Me llamó la atención que para realzar su pequeña talla lucía unos tacones de vicetiple. Le gustaba cuidar su imagen.

 A la conferencia que serviría de trampolín para lanzar el proceso de paz en Oslo asistieron  dirigentes de países árabes y líderes palestinos de los territorios ocupados formando parte de la delegación jordana. La delegación israelí la presidía el histórico primer ministro Isaac Shamir. Menem se había implicado en el problema porque consideraba que le afectaba de una forma personal por su origen sirio.

En la campaña electoral proclamó su filiación siria e incluso fue a Damasco a entrevistarse con el viejo Al Assad y hacer visible el reconocimiento de sus orígenes, tanto que decían que Argentina iba a pasar de la Sinagoga a la Mezquita. No fue así, se impuso el pragmatismo de la realpolitik. Se alineó con la política exterior norteamericana, es decir, se puso al lado de Israel aunque haciendo gestos de amistad con los países árabes.

En las notas que guardo de aquel lejano encuentro figura que Menem hablaba de que el conflicto no era solo entre palestinos e israelíes sino entre el pueblo árabe y el pueblo israelí. Después de tantos años de tensión, disparos y cadáveres, al día de hoy la situación es poco más o menos la misma, a pesar de que tres líderes: el jefe de la Autoridad Palestina Yasser Arafat, el primer ministro israelí Isaac Rabin y el ministro de Asuntos Exteriores Shimon Peres ganaron el Nobel de la Paz por haber sustituido el odio por la cooperación, según el comunicado de la fundación, el conflicto renueva periódicamente su rostro dramático y sangriento.

Con José María Aznar tuve algunos encuentros esporádicos y siempre neutros porque nunca provoqué sus radicalismos verbales. Solo en una ocasión tuve una larga charla con él que duró, según mis notas, una hora y media. Fue en septiembre de 1990 cuando vino a visitar la Agencia Efe y llevaba un año como líder del Partido Popular y candidato a la  presidencia del Gobierno. Personalmente me llamó una vez por teléfono por una noticia que habíamos dado a través de nuestros teletipos. Difundimos un hecho cierto, pero que no era noticia, decíamos que había sido detenido por sus relaciones con la heroína el hermano de un importante dirigente del Partido Popular; la familia ya había sufrido bastante por esa causa y  no había razón para aumentar el sufrimiento lanzándola a la opinión pública. El ser hermano de un personaje político no la elevaba a la categoría de noticia. 

ortodoxamente amable

Cuando vino a Efe le esperé a la puerta y después le acompañé hasta su coche. Serio, eso sí. Incluso un poco trascendente, pero ortodoxamente amable. Le interesaron mucho las tecnologías de la comunicación. Llamé al ingeniero de telecomunicaciones Julio Ferrero para que le explicara las comunicaciones por satélite, como subían al Hispasat las informaciones y después saltaban a otros satélites.

Me preguntó, pero sin darle importancia, de una manera ritual, si recibía presiones. ¿Del Gobierno?, pregunté. No forzosamente del Gobierno, dijo. Presiones concretas para que cambiemos una noticia o no la demos. O para que demos una falsa. Para que paremos una información. Hoy casi todas las empresas, ministerios y otras instituciones tienen potentes gabinetes de prensa y estos gabinetes lo que tratan es de dar visibilidad a lo que hacen y realzar su buena imagen. Es lógico que traten de colocarlas en los medios, ahí es donde los periodistas tenemos que diferenciar el grano de la paja. Elegir lo que es noticia y apartar lo que ahora está tan de moda con la expresión "fake news".

¿Cuál es vuestra línea editorial? Me preguntó. Una agencia no tiene línea editorial propiamente dicha, pero una agencia estatal como Efe tiene principios, entre ellos está la defensa de los intereses del Estado. Por ejemplo, tenemos el caso de ETA, las noticias sobre esa banda forman parte del cotidiano panel informativo. ¿Cómo se deben dar? Ahí no somos neutrales, las noticias deben darse del modo más perjudicial para los asesinos.

- ¿Y sobre los partidos?

- Con asepsia total. Sin ninguna carga de opinión. No somos un periódico que tenga una línea editorial de derecha, de centro, de izquierda o pluscuamperfecta. Debe guiarnos la imparcialidad.

José María Aznar tuvo después la ocasión de poder comprobarlo por sí mismo en varias ocasiones. Cuando se lanzó a la encarnizada lucha sin cuartel contra Felipe González, con el latiguillo de "váyase, señor González" pudo ver que en los teletipos de Efe no se dulcificaban ningunas de sus agrias expresiones. 

La acritud ha guiado su forma de relacionarse en los últimos años con muchos de los suyos, especialmente con Mariano Rajoy, para quien fue una constante pesadilla. Hace unos meses se ofreció para liderar a la derecha con proclamas extremas. Ahora, Pablo Casado, el nuevo líder popular, trata de integrarlo para que se visualice su giro hacia la derecha profunda. 

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