CRÓNICA

El precio de un viaje de ensueño

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photo_camera Rafael Martínez. (EFE)

Rafael Martínez, uno de los dos españoles supervivientes del naufragio de un barco turístico en Indonesia la pasada semana, cuenta su experiencia

Viajar hacia paraísos exóticos es uno de los placeres más apetecibles de la vida, pero puede suponer un grave peligro si no se hace con garantías. Hace dos semanas comencé lo que se antojaba un viaje de ensueño en Indonesia. Me prometieron que iba a ser una experiencia inolvidable. Tristemente acertaron.

Dos españoles desaparecidos, 23 rescatados, entre ellos mi novia y yo, un barco hundido, una empresa que no se hace responsable y un gobierno local que mira hacia otro lado. Ese es el resumen de la experiencia más dura de mi vida.

Playas de arena blanca, islas volcánicas, fondos cristalinos y animales prehistóricos. Esos fueron las razones que me embarcaron hace dos semanas en un viaje de cuatro días en barco desde las islas de Lombok a Komodo, hogar del lagarto más grande del mundo, que también tiene casa en Madrid.

El problema es que el paquete de ensueño incluía un barco viejo, saturado y en penosas condiciones. Sin seguridad alguna, sin GPS, sin radio, sin balizas de salvamento y sin radares ni equipos de navegación. Todo ello manejado por una tripulación ajena al mar pero protagonista de dos accidentes náuticos en menos de 24 horas.

¿Por qué me subí a un barco así? Evidentemente no subo a un avión pensando en que se va a estrellar ni en un barco con la idea de hundirme. Nadie lo hace. Pagué un alto precio por un viaje turístico que debe ofrecer, en teoría, todas las garantías. No fue el caso.

Con todo, los veinte turistas sí que nos aseguramos antes de abordar el barco de que hubiera chalecos salvavidas para todos. Menuda premonición, más aún cuando la tripulación decía que había muchos al tiempo que eran reacios a enseñarlos. En países así no te puedes fiar de la palabra de alguien que solo entiende el lenguaje del dinero.

Y es que las playas y paisajes de postal pueden conllevar un riesgo que, si todo va bien, será un recuerdo para toda la vida, pero que, si algo falla, puede que sea el último.

En países donde la seguridad no tiene hueco en el diccionario local, somos los turistas los que debemos asegurarnos de que exista. No basta con llevar por escrito los requisitos de las excursiones contratadas, hay que comprobarlo en el terreno. ¿Y si ya lo hemos pagado y no nos quieren devolver el dinero? Repasando mi experiencia, creo que la pregunta se da por respondida.

En caso contrario, entran en escena el riesgo y el peligro. Lo primero lo aceptamos y lo valoramos en su medida. Lo segundo, lo desconocemos. La diferencia entre ambos conceptos es que el riesgo lo controlamos pero el peligro es imprevisible.

Indonesia y sus aviones son el mejor ejemplo. 58 de las 63 aerolíneas del país asiático forman parte de la lista negra de compañías aéreas de la Unión Europea (UE). Las causas son la falta de seguridad y el ahorro de dinero. Doy fe de ello.

A la semana de llegar fui testigo de cómo la aerolínea en la que viajaba retrasó un vuelo media hora y adelantó el siguiente otros treinta minutos para juntar a todos los pasajeros en un avión y, de esta forma, poner en el aire dos aparatos en vez de uno. Todo esto sucedió sin previo aviso y a la carrera.

"Así funcionan las cosas en Indonesia", me dijo un diplomático español. "El indonesio sufre un accidente y no se pregunta el porqué, es algo cultural", agregó.

De ahí me explico la ignorancia de los trabajadores locales de tiendas y hoteles cuando les comentaba mi naufragio. Para ellos los accidentes forman parte de su vida. Para mí son inaceptables.

Mark tiene 26 años y es de Nueva Zelanda. Nos conocimos subiendo el volcán Rinjani, muy célebre en el país. Conoce más de 50 países y nunca olvidaré su reflexión: "Me encantaría viajar al África occidental, pero no estoy dispuesto a aceptar el riesgo que supone hacerlo". De momento, yo tampoco.

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