CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

El tenebroso general Noriega, cara de piña

20180421162031156_result
photo_camera El general Manuel Antonio Noriega, durante una de sus alocuciones.

Noriega había participado en todas las conspiraciones sin ahorrar violencias, torturas y amenazas 

Durante los diez años que ocupé la presidencia de la Agencia Efe tuve que viajar con frecuencia a Panamá, una o dos veces al año. En ese país  Efe tiene una filial llamada ACAN-EFE de la que forman parte como accionistas los propietarios de los grandes medios de comunicación centroamericanos: Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Salvador, Honduras y Guatemala. Viajaba para asistir a las juntas generales y en ocasiones a los consejos de administración cuando revestían especial importancia. Los accionistas eran también los principales clientes y muchos de ellos personas de gran influencia y relevancia en sus países. 

La verdad es que fuera de los ritos jurídicos de las juntas generales, la agencia Efe llevaba la gestión sin cortapisas; también asumía las pérdidas que se producían, eran muy soportables, hacía las inversiones tecnológicas necesarias y dirigía tanto la gestión económica como la línea informativa. Sin embargo, era muy importante el apoyo de los accionistas en las políticas comerciales y en las exigencias sobre los distintos asuntos informativos, teniendo en cuenta que venían de todos los países del istmo y había que tener mucha cintura para no soliviantar demasiado a los sandinistas de Nicaragua y a los norieguistas de Panamá. Ambos eran accionistas de ACAN (Agencia Centroamericana de Noticias) como propietarios de medios. 

La Junta General de 1988, la celebramos en febrero, llegué unos días antes. En el aeropuerto me entrevistaron algunas televisiones y los dos principales periódicos, La Prensa y La Estrella. Evité contestar a las preguntas que me hicieron sobre la tensa política panameña. Era lógico, desconocía la temperatura a la que hervía en esos momentos la siniestra dictadura del general Noriega. Entonces solo sabía que Noriega era un canalla y un cínico, pero desconocía que fuera un asesino.

La Junta General se desarrollo en tres horas sin problemas. Hubo un acuerdo unánime para subir las tarifas y aprobamos los puntos del día por unanimidad, entre los que se recogía una felicitación especial a los periodistas que desarrollaban una labor informativa nada fácil por la coyuntura que atravesaba el país. Una vez firmada el acta, salimos hacia la embajada de España, en donde el embajador Tomás Lozano, ofrecía un almuerzo en mi honor al que asistieron los accionistas de ACAN-EFE e importantes directivos de la prensa panameña. Se sumó a la comida el Nuncio Apostólico, el arzobispo español Sebastián Laboa. 

El Embajador y el Nuncio me advirtieron de que debíamos tener cuidado con las conversaciones porque había norieguistas y por aquellos días los ánimos estaban muy exaltados. Por la noche será distinto, ya que en la cena de la nunciatura solo estaremos los tres: Tomás, tu y yo.

Después de la comida me trasladé al diario La Prensa para mantener una conversación con Winston Robles, el combativo director contra la dictadura de 20180421162031235_resultNoriega. Al oír los relatos de las presiones que ejercían las gentes de la dictadura contra La Prensa, reviví mis tiempos al frente de la revista Posible, cuando los secuestros se encarnizaban con nosotros y mis visitas a los juzgados eran frecuentes. 

Lo de La Prensa era de lejos mucho peor, había estado varios meses cerrada y hacía veinte días que le habían autorizado a salir de nuevo y no sabían por cuánto tiempo. Vivían al borde del abismo, en una agónica y arriesgada incertidumbre. Muchos de sus periodistas habían sido agredidos por las fuerzas del general y de una manera especialmente violenta la redactora Lisette Carrasco. Le habían dado una tremenda paliza que la situó al borde de la muerte. Hacía dos años, el fundador del periódico, Roberto Eisenman, tuvo que exiliarse en los Estados Unidos porque le habían declarado traidor a la patria. El embajador Lozano pasó a buscarme por el hotel para llevarme a la Nunciatura. Era sabido que monseñor Laboa era un brillante alfil de la diplomacia vaticana y la persona más informada de todo lo que se cocía en los reservados círculos panameños. Noriega, el nombre maldito salió después de que el embajador Lozano alabara los raviolis y yo le siguiera en la alabanza. La situación entre el presidente Delvalle y Noriega es insostenible. Tendrá que romperse pronto. Espero que sin violencia, apuntó monseñor Laboa. Me advirtieron que iban a hablar con confianza, pero que no debía utilizar nada de lo que allí se dijera, a no ser que tuviera ocasión de comentarlo con Felipe González. 


Las revelaciones


A medida que avanzaban las revelaciones descubría a un Noriega tan tenebroso como deshumano. Desde la muerte de Torrijos, había participado en todas las conspiraciones sin ahorrar violencias, torturas y amenazas. Incluso las sospechas de que hubiera participado en el hipotético complot para eliminar a Torrijos no eran descabelladas, aunque no había pruebas. 

El Partido Revolucionario Democrático (PRD) era una poderosa palanca política al servicio de Noriega. Amañó las elecciones de 1984 para darle la victoria Ardito Barletta. Barletta era un títere, pero tenía escrúpulos. No pudo mirar hacia otro lado cuando Noriega ordenó a las Fuerzas de Defensa el asesinato del médico opositor Hugo Spadafora, un luchador internacional, enemigo irreconciliable de Noriega. El presidente Barletta abrió una investigación sobre el asesinato para poder destituir a Noriega al frente de las Fuerzas Armadas. Midió mal sus fuerzas y fue destituido de la presidencia, nombrando en su lugar al vicepresidente Delvalle. 

El dramatismo de la historia me impedía saborear los exquisitos ravioli. Siguieron contando sus aventuras como traficante de drogas. Verdaderamente, 20180421162030922_resultNoriega había roto toda la vajilla de los derechos humanos. Era tarde. Nos despedimos. Tardé en dormir repasando las diversas historias que acabada de oír. 

Por la mañana, a las ocho y cuarto sonó el teléfono de mi habitación. Una hora muy razonable para Panamá. No podía creerlo: Era el general Manuel Antonio Noriega, en persona, con su propia voz, sin la intermediación de un ayudante o una secretaria. Me invitaba a tomar algo a las siete de la tarde. Y maldita sea, no podía acudir. Se lo dije: “General, no sabe como lo siento, pero a esa hora ofrezco una recepción en los locales de Acan. Hay mucha gente invitada, y no puedo faltar. Soy el anfitrión. Estoy deseando verle General, iré adonde usted quiera, a la hora que desee, pero no a la que me dice. 

-No te sofoques, dijo, ¿Cómo tienes el almuerzo? 

-Bien, puedo reunirme con usted a mediodía. 

-En ese caso a las doce y media enviaré un coche a buscarte. 

Ya en el coche nos alejamos bastante de la ciudad hasta llegar a un montículo empinado. Durante el viaje, el conductor me comentó que el general era un hombre muy humano, pero que había gente que quería joder Panamá, pero que el pueblo no se lo permitiría y el general tampoco. “Se acabó el poder de los rabiblancos y el de los gringos”. 

La sorpresa fue que al llegar a un patio redondo en la cima del farallón vi como avanzaba hacia mí con los brazos abiertos el general Noriega y cuatro cámaras de televisión filmaban el encuentro. Al sentarnos, ya solos, a una mesa con dos cubiertos, me di cuenta que el apodo “Cara de piña” no podía ser más apropiado. Me preguntó la cantidad de barbaridades que me habían contado sobre él, "me las puedo imaginar. Pero debes saber que detrás de mi está el pueblo, la mayoría absoluta del pueblo. No le repliqué claro, al fin y al cabo no le estaba haciendo una entrevista como periodista, solo se trataba de un encuentro de cortesía que buscaba que no molestara demasiado a nuestra redacción a la hora de hacer su trabajo. Sacó pronto el tema de Felipe González y le reprochó que apoyara más a los gringos que a los panameños y engolando la voz, me dijo: "Trasmite a Felipe que yo encarno el verdadero espíritu de Torrijos, soy el único heredero de su legado político. Siempre confesó que era amigo de Panamá, pero se ha olvidado de nosotros, no responde a mis mensajes y ha traicionado las viejas promesas". 

La otra obsesión eran los gringos; los gringos querían asfixiar económicamente a Panamá para después liquidarle a él, "pero no podrán roer este hueso. Les pararemos los pies con llamas de plomo". Le comenté que desde Panamá iría a Cuba en donde esperaba ver a Fidel. "Pues dile a Fidel que aquí también estamos haciendo una revolución, que el no tiene el patrimonio de la revolución. Estaba claro que no tenían buenas relaciones".

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