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Entre la incertidumbre y la oportunidad

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photo_camera Esfera de la Tierra girando en un laberinto.

La creación del nuevo banco asiático de inversiones deja entrever cambios en la configuración de un nuevo orden mundial

Muchas veces habremos visto un perro sumido en el sopor que, al distinguir un pequeño ruido, levanta simplemente una oreja a modo de radar para garantizar que, una vez que no responde a una alarma que le obligue a incorporarse y que no va seguido de otros cambios que le pongan en alerta, volver al plácido sueño del que disfrutaba.

Hoy en día se están escuchando pequeños crujidos de cambio que obligan al mundo económico a levantar una de sus orejas para comprobar que éstos sólo suponen reordenaciones y procesos normales que se pueden discutir dentro de los parámetros conocidos y seguir durmiendo plácidamente en los laureles de lo que controla o cree controlar, idependientemente de la ideología o discurso al que unos u otros se sumen.

La mayoría de los analistas y opinadores económicos, buscan en general, al igual que el común de los mortales (categoría a la que pertenecen aunque algunos no lo crean), que la realidad encaje de manera más o menos justificable con sus postulados y seguir en su zona de confort.  Esto se ha visto por ejemplo en la reciente crisis mundial que se inició en 2007, que muchos redujeron a un accidente que “nadie vio venir”, quizá que nadie quiso ver, esperando que los ciclos nos devuelvan a lo ya conocido.

Pero algo parece indicar que en los últimos años se ha iniciado una etapa de la historia con más incertidumbre, lo que a su vez supone retos muy interesantes, desde luego, pero que mucho me temo que más temprano que tarde obligue a levantar las dos orejas y estar a la expectativa.

EL CENTRO DE GRAVEDAD SE DESPLAZA A ORIENTE
Los cambios se pueden ver en muchos frentes, pero se podría empezar por aquellos que ni siquiera permiten simplificar la realidad en sus parámetros más sencillos y brutos, por ejemplo, donde residen los resortes de poder y decisión a escala mundial. A lo largo de la historia cada etapa tiene sus “imperios” y modelos de referencia, hasta hace unas décadas Estados unidos y la URSS compartían la primacía, después Estados Unidos en solitario y ahora todos parecen señalar a China en esta fase de cambio.

En todo caso se percibe una primera confusión y se adivinan las primeras grietas al visualizar el poder como se concebía hasta ahora. El mundo globalizado tiene mucho que ver.
China ha superado en 2014 a Estados Unidos en producción si se mide ésta en términos de paridad de poder adquisitivo, es decir, si comparamos lo que ambos producen sin la distorsión del tipo de cambio y los precios. China representa ya el 16,5 del PIB mundial frente al 16,3% de Estados Unidos según datos de FMI. Por cierto, la Unión Europea está casi a la par que ambos países en producción y hasta hace unos años era líder mundial, pero nadie considera a Europa en su conjunto como potencia en ningún sentido.

La UE sigue absorta recreándose en sus ombligos nacionales con múltiples reuniones y en discutir una vez sí y otra también el problema de un país como Grecia que supone el 2,2% de su población y apenas el 2% del PIB, que aún es estos momentos se espera que pueda hacer descarrilar el tímido repunte económico del continente. Europa ha descarrilado estratégicamente hace tiempo.
Hay datos elocuentes que describen el salto cualitativo del gigante asiático. En 1998, EE.UU. exportaba el 25% de los productos de alta tecnología y China no llegaba al 10%, hoy en día China supera con creces y casi duplica a Estados Unidos en este apartado. Se espera que el gigante asiático pronto esté a la cabeza en generación de patentes, ya “fabrica” más doctorados en ingeniería que los americanos y hasta produce el doble de cerveza. Miremos por donde lo miremos parece que en las próximas décadas su poder será absoluto y liderará el mundo.

También es notoria la línea estratégica que dirige su excedente comercial con el fin de  “colonizar”con inversiones otros países, sobre todo en África y Latinoamérica, al mismo tiempo que posee una gran parte de la deuda pública de Estados unidos y ha penetrado en sectores clave de su economía, baste decir como anécdota que se ha hecho con el hotel Waldorf Astoria de la Ciudad de Nueva York.

Hasta aquí todo parece coincidir con el cambio tradicional de un liderazgo pujante en coincidencia con otro en declive.
Sin embargo, en esta ocasión hay un pero, mejor dicho varios peros. China se enfrenta también a dificultades y contradicciones internas de gran calibre, algunas, al igual que Japón en la década de los ochenta, ligadas a una posible burbuja inmobiliaria y al fuerte endeudamiento tanto privado -que puede llegar hasta el 175% del PIB-, como en términos de deuda pública que, aún contando con la dificultad de conocer esta cifra con exactitud, puede rondar el 60% del PIB. Se ha hecho público el dato de que entre 2010 y 2013 la economía china ha consumido tres veces más cemento que Estados Unidos en un siglo y en 2014 ha producido once veces más acero. Estos datos son, en primer lugar, difíciles de asimilar, pero intuitivamente también causan vértigo al valorar el posible impacto que un enfriamiento, siquiera una ralentización de este motor de consumo e inversión que crece a tasas nunca vistas, pueda provocar sobre el efecto multiplicador, no sólo de China, sino de la economía mundial.


La economía globalizada establece un marco de relaciones económicas tal que un ligero tropiezo de un área económica relevante, en este caso de la economía china, puede provocar un estancamiento a nivel planetario que se retroalimente sobre las debilidades de cada espacio económico, con especial impacto en otras economía emergentes. Los análisis son bastante confusos, y oscilan desde los que dicen que China logrará mantener un crecimiento estable y lograr el equilibrio, hasta aquellos otros que ven un horizonte más oscuro.

En todo caso, lo más preocupante del modelo chino no deriva sólo del análisis clásico de sus variables macroeconómicas al estilo convencional, sino de la capacidad, por una parte, de diseñar megaurbes eficientes -dado el tránsito constante de población del campo a ciudades en continua expansión que albergan ya decenas de millones de habitantes- y ligado a este fenómeno, por otra parte, la necesidad de crecer con menores niveles de degradación medioambiental y consumo de recursos naturales, sin dejar de dar oportunidades a una población que se ha acostumbrado a ver mejorar continuamente su nivel de bienestar.

Hemos señalado el extraordinario consumo de cemento y acero, pero nos podemos imaginar el ritmo al que “engulle” carbón y materias primas en general. Este asunto no parece tener un modelo, no ya en China, sino a nivel global, que permita racionalizar recursos y fuentes de energía, para hacer sostenible el supuesto de que la economía mundial siga creciendo a tasas siquiera similares a las que lo venía haciendo. Los únicos planteamientos en este sentido oscilan entre el ecologismo ingenuo o puramente crítico y el extremo de cerrar los ojos ante los límites de la degradación medioambiental por parte de todos los implicados con intereses en el corto plazo, incluidos los gobiernos.

AGOTAMIENTO INNOVADOR FRENTE AL TECNOOPTIMISMO
Entre los organismos que en general ven el futuro con pesimismo, acaba de sorprender la postura del FMI. Según su último informe sobre las expectativas de crecimiento a largo plazo, la dinámica de crecimiento y creación de empleo previas a la crisis de 2007 no se volverán a repetir. De esta forma el FMI se alinea con las posturas de “agotamiento” de la capacidad de recrear otro salto cualitativo de la economía como la que tuvo lugar en el siglo XX, en contra del tecnooptimismo en boga en Silicon Valley y Wall Street, que ven, sobre todo en la nanotecnología y en una mayor interconectividad, campos de desarrollo continuo.

Según el FMI, la desaceleración de la productividad de la última década parece reflejar la disminución del impacto sobre el crecimiento de los avances de la tecnología y de las nuevas patentes. El efecto potencialmente más peligroso de esta tendencia recae en unas altas tasas generales de endeudamiento público y privado que no se podrán pagar con tasas de crecimiento tan bajas como las previstas en este informe y, aunque las economías emergentes crecerán más que las avanzadas, se desvanece a ritmo de vértigo el optimismo respecto a la era de los BRICs.

El peligro de un bajo crecimiento permanente se ve acentuado por factores estructurales en economías muy maduras, como el envejecimiento de la población y una desaceleración de la productividad ya observada en los últimos años. En todo caso, ni el FMI ofrece respuestas para afrontar este escenario, ni los tecnooptimistas han dado el salto al modelo de sociedad y economía que favorecería un nuevo salto tecnológico.

INTITUCIONES, DEMOGRAFÍA Y DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA
Al hilo de todo lo anterior hay que señalar tres factores interrelacionados que condicionarán el futuro y cuyo devenir determinará el éxito y la estabilidad de los modelos económicos y sociales que, seguramente, están por llegar.


El primer punto es la ausencia de una arquitectura institucional y de toma de decisiones a nivel mundial adaptada al nuevo mundo multipolar y a la ausencia de ideologías como reordenación de referencia. Así, la creciente inestabilidad en el mundo árabe, crisis como la de Ucrania o la violencia que se extiende en América Latina, donde la droga ha pasado de lugar de tránsito a lugar de consumo, son ejemplos de los muchos que hoy en día no encuentran un marco de solución idóneo.

Las instituciones actuales, desde el FMI, Banco Mundial, ONU, etc., pasando por los distintos foros de discusión a escala global, parecen meros expendedores burocráticos de informes estereotipados. Su credibilidad y operatividad están en entredicho desde hace tiempo y tampoco responden al nuevo escenario mundial de fuerzas y protagonismos. Por esta razón se empiezan a vislumbrar cambios, empezando por el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB) que China acaba de crear para estimular la inversión en sectores como el transporte, la energía y las telecomunicaciones a nivel internacional.

Esta institución abriría una nueva etapa como posible contrapeso al Banco Mundial y al Banco Asiático de Desarrollo, levantando suspicacias en Tokio y Washington, cuyos gobiernos han rechazado entrar en la organización, a pesar de que el resto de las principales economías se han sumado a la lista de socios fundadores, entre los cuales también figura España. En todo caso, también aquí hay discrepancias en la intención de la creación de este organismo, llegándose a señalar, incluso, que esta iniciativa supone una muestra de que China ya no puede actuar en solitario y necesita de sus marcos de consenso para articular sus palancas de inversión en el exterior. Todo parece indicar que los asuntos internacionales se debatirán en un entorno más complejo.


Un segundo punto es la demografía. Mientras Europa, Japón, China y algunas zonas de Estados Unidos tienen bajas tasas de natalidad que comprometen el futuro de su empuje económico, otras zonas, por el contrario, como el mundo árabe, África y Latinoamérica presentan, en el otro extremo, un crecimiento poblacional tan disparado que dificulta el desarrollo y la generación de oportunidades para los jóvenes, con el riesgo de agravar los episodios de inestabilidad social. Ambas tendencias de disparidad demográfica no se compensan entre sí, sino que, por el contrario, se desacoplan, multiplicando los riesgos y rebajando el potencial de crecimiento a escala global.


El tercer punto haría referencia a la distribución de la riqueza, no sólo en cuanto al común debate sobre los parámetros de acumulación en pocas manos y la dicotomía de salarios y rendimiento de capital, sino también en términos de meritocracia, transparencia, lucha contra la corrupción y justa aplicación de medidas que defiendan el concepto de las clases medias, así como la igualdad de oportunidades, con el reto de potenciar al mismo tiempo, la iniciativa y el dinamismo empresarial.
Siempre nos queda seguir con medidas de ampliación de la liquidez o la aplicación adicional de otras medidas de estímulo para combatir los riesgos de estancamiento a corto plazo, tal y como ha hecho con éxito Estados Unidos y en cierta medida Japón, seguidos ahora por una Unión Europea que no sabe nunca a qué carta quedarse.

Pero estas medidas quizás ya no sean suficientes para solucionar los problemas de fondo y tienen el riesgo añadido de crear burbujas y favorecer la volatilidad, como posiblemente observaremos pronto en las principales bolsas. La globalización demandará una nueva arquitectura para la toma de decisiones, modelos diferentes y quizás un cambio en los valores y en la forma de entender el mundo.
Es conveniente levantar las dos orejas para escuchar las oportunidades que están detrás de los continuos crujidos que avisan del cambio y participar del mismo.

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