MANUAL URGENTE DE OURENSANISMO

Una semana aprendiendo estupideces

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Llevar el mando de las cosas da tranquilidad. Al menos, la tranquilidad de saber en qué momento vas a morir, que es una tranquilidad importante. A nadie le gusta morirse de golpe.

Fue el mejor crucero de mi vida. Quizá porque lo perdimos y nos quedamos en tierra. Mi tesis sobre las cosas que flotan es que si no las puedes conducir tú mismo es mejor que ya ni te subas. Esto puede aplicarse tanto a delfines como a cruceros o tractores. Los tractores no flotan. También te lo digo por eso. Tienen otras virtudes. Pero en el asunto de mantenerse a flote, hacen aguas. Aunque no te vayas a pensar que las zódiacs se desenvuelven mucho mejor en el campo. He intentado segar la finca con una de ellas montada en el remolque del coche y su precisión como cortacésped deja bastante que desear. 

Me he pasado las vacaciones experimentando cosas extremas. Incluso he ido a cenar a un restaurante asiático peruano. Sin duda, mejor la zódiac como cortacésped. Lo que sí hacía bien la comida del asiático peruano es flotar. De hecho, el primer plato estaba tan crudo que salió nadando por su propio pie y se fue a hacer unos largos a la sopera de otra mesa. 
Llevar el mando de las cosas da tranquilidad. Al menos, la tranquilidad de saber en qué momento vas a morir, que es una tranquilidad importante. A nadie le gusta morirse de golpe.

Pero desengáñate: es casi imposible que te dejen llevar el timón en un crucero. Si lo consigues, échate a temblar, porque eso significa que dejan pilotar cruceros a cualquier idiota. Y, como patrón de embarcaciones que soy, te diré algo más: de lejos puede parecer sencillo manejar eso. Pero maniobrar con un crucero para entrar o salir de un puerto es como tratar de aparcar un camión de butano en una plaza para bicicletas. Carísimo.

LA VUELTA AL COLE

Como no me he podido ir por el Mediterráneo montado en ese trasto flotante, he recorrido la costa norte en coche, que es lo típico que hacemos los periodistas cuando no sabemos qué hacer. Eso y viajar a la guerra. Hay un montón de periodistas que se van a la guerra en verano. Los envidio porque se evitan los atascos, los kebabs -si la guerra es buena, no queda ni uno-, y las picaduras de medusa. Pero yo soy más de tomar el sol sin chaleco antibalas. 
Han sido días marineros, lejos de los calores orensanos. Náuticos y llenos de sal. Días de selfie y rosas. Que me acerco al mar como Pierce Brosnan, preocupadísimo porque algún objeto opresor me arrugue la camisa blanca de los días de navegar. Y los barcos están llenos de cosas que arañan, manchan, o arrugan. Por lo demás, el pantalón vaquero lo institucionalizó Perales, aunque yo no necesito un velero llamado Libertad para surcar los mares, que viajar en un barco llamado así me parece de una ostentación y de una gravedad abominable, incluso para mi. 

LOS SEMÁFOROS

Lo que más me gusta del mar es que no hay semáforos. Eso impide que haya atascos. Creo que los barcos señalizan de algún modo que van o que vienen, pero cuando me dieron el título obvié esa parte tras la premisa de que nunca tendría un barco lo suficientemente grande como para tener que señalizar nada. Es una ventaja que no haya atascos en el mar porque eso evita poner guardias de tráfico en sus glorietas. Que sería un jaleo, porque los guardias tampoco flotan.

EL RUIDO

Lo primero que me ha llamado la atención al regresar a casa es el olor a sandía con barba. Olvidé recoger el frutero. Con este calor, la tragedia podía haber sido mayor. Tengo un amigo que se dejó los huevos fuera de la nevera y a la vuelta tenía un gallinero en la cocina. La ventaja es que ahora le compro pollo. Lo vende barato porque está harto de que se coman sus cereales. Y no lo entiendo porque yo tengo la nevera llena de pollo y yogures con cereales y ni se acercan. Y eso que a veces los dejo abiertos de noche para ver si caen en la tentación. Pero el pollo es fuerte. Si dice que no come, no come. Por eso la mejor dieta del mundo es la del pollo: poner un huevo cada mañana; si no, no hay desayuno. Así es como yo he adelgazado veinte kilos en diez días.

Y el ruido. Lo segundo que me ha despertado del letargo vacacional es el ruido de la ciudad. Y eso que Ourense es ciudad de poco ruido. Al menos en comparación con Roma, donde no se recuerda un instante de calma desde la caída del Imperio. Por entonces se guardaron cinco minutos de silencio. Supongo que después ya Bush empezó a bombardearlo todo. He estado leyendo a Al Gore en estos días de vacaciones y ahora sé muchísima historia y cosas muy útiles, como la duración de los periodos de fertilidad de las focas del ártico. Alucino con Al Gore. Es asombroso que algo pueda ser fértil con ese frío. Es además el único animal gordo y con bigote capaz de reproducirse. Y las focas también.

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