ESCOLA DE PAIS

Hacerle justicia a Alan

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Por una escuela inclusiva que visibilice y respete la diversidad sexual

El próximo 24 de diciembre se cumplirá un año de la muerte de Alan, un adolescente transexual catalán de 17 años que la tarde de Nochebuena de 2015 puso fin a su vida. Una vida corta, pero terriblemente dura, tan dura que resultó ser insoportable. 


La historia de Alan se remonta mucho tiempo atrás. Nacido biológicamente como mujer, su madre percibió muy pronto que era diferente. Sin embargo, no fue hasta mucho tiempo después cuando Alan decidió ser él mismo. A los 14 años visibilizó su diferencia ante el mundo dejándose ver con su novia. En ese momento empezó la incomprensión y el bullying en la escuela. Insultos como “marimacho” o “lesbiana de mierda” fueron algunas de las situaciones a las que tuvo que hacer frente; situaciones que fueron intensificándose hasta volverse insostenibles.

Tanta mella hicieron en él que empezó a autolesionarse hasta ingresar en el hospital con un diagnóstico de depresión mayor. Este ingreso se produjo el 24 de diciembre de 2013, exactamente dos años antes del fatídico desenlace, presagiando la desgracia que sucedería después y que se acercaba imparable sin que nadie pudiese evitarlo. Tras este punto de inflexión su familia decidió cambiarlo de instituto. 


Después de una brevísima tregua –el acoso tardó solo 9 días en acechar de nuevo desde que empezó el nuevo curso escolar- volvieron los insultos, las agresiones y la incomprensión. Reaparecieron las autolesiones y la depresión, y se esfumaron las esperanzas de un futuro mejor. A pesar de ello, el instinto de superación fue más fuerte, y sacando fuerzas de flaqueza Alan se presentó al mundo como quien verdaderamente era: un chico. Inició un proceso de cambio de sexo y consiguió cambiar su nombre en el DNI. Identidad con la que inició un nuevo curso escolar que ya nunca acabaría.

El acoso se multiplicó: agresiones físicas como empujarlo o tirarlo por las escaleras y recriminarle que fuese por la vida de hombre cuando tenía “barriga” y “tetas de mujer”. 


La triste vida y muerte de Alan no es un caso aislado. Existen muchas otras personas que han de enfrentar situaciones similares, algunas de ellas se identifican como Alan con categorías de identidad sexual diferentes a la que se considera “normativa”, otras muchas simplemente transgreden los estereotipos y roles de género de la feminidad y la masculinidad que se consideran apropiados para chicas y chicos respectivamente. 
Como madres, padres y educadoras/es deberíamos preguntarnos en quién recae la responsabilidad de la muerte de Alan y qué podemos hacer para que situaciones así no vuelvan a repetirse. Es posible que alguien piense que la propia vulnerabilidad de Alan le llevó allí a donde ahora está. Sin embargo, una respuesta tan simple y poco afortunada parece que no habría de llevarnos demasiado lejos. 


Las estudios ponen de relieve que el bullying que sufren en las escuelas los/as adolescentes LGBTI o aquellos/as percibidos/as como tal es la regla y no la excepción. Ser percibido/a como diferente en cualquier sentido, especialmente en cuestiones tan nucleares como son la identidad y la orientación sexual,  es más que suficiente para convertirse en blanco de todas aquellas personas “educadas” en el sexismo, la homofobia y la transfobia, ideologías del odio que siempre van de la mano.

Asimismo, se ha comprobado que las tasas de ideación suicida, intento de suicido y suicidio de estos/as adolescentes duplican a las de adolescentes que conforman las normas de género. No es por tanto la identidad de Alan, ni la supuesta vulnerabilidad de su carácter, quien ha sesgado su vida, sino una escuela excluyente e intolerante, fiel reflejo de la sociedad a la que sirve. 

ASOCIACIONES
Actualmente diversas asociaciones LGBTI gallegas, entre las que se encuentra Arelas (Asociación de Familias de Menores Trans), reivindican una serie de medidas que contribuyan a la mejora de la calidad de vida de las personas trans, entre las que destaca la creación de una Ley Gallega de Identidad de Género que permita articularlas y materializarlas; así como la inclusión de la diversidad sexual en el currículo escolar – ya desde los primeros niveles de escolarización- y en los planes de convivencia para prevenir el bullying; y la formación y sensibilización de los/as trabajadores/as de la administración, especialmente del colectivo de educadores/as, trabajadores/as sociales, personal sanitario y cuerpos de seguridad.

Como he señalado en más de una ocasión en esta misma sección, en educación no es posible no optar, la educación que no humaniza y libera, necesariamente deshumaniza y oprime. Como educadoras y educadores escoger o no el camino de la libertad está en nuestras manos. Se lo debemos a Alan y a todas las personas que como él se han quedado en el camino, se lo debemos también a todos los niños, niñas y adolescentes que tienen el derecho a crecer en un entorno de afecto y protección. 

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