ESCOLA DE PAIS

¿Es el ser humano tan racional como se le apoda?

Un breve análisis sobre los comportamientos humanos relacionados con la salud
 

El género homo al que pertenece el ser humano actual estaba compuesto por varias especies: homo habilis, homo ergaster, homo antecesor y el homo sapiens, de la cual deriva el homo neanderthalensis y el actual homo sapiens sapiens, la única especie que ha tenido la capacidad de sobrevivir, merced al proceso de selección natural. El homo sapiens sapiens es el ser más avanzado de la evolución en cuanto a capacidad craneal, abstracción mental, razonamiento y lógica. Es por ello, que muy a menudo, el ser humano ha recibido el apelativo de ser racional por excelencia, dada su capacidad de raciocinio. Aunque el ser humano comparte con otras muchas especies estructuras cerebrales parecidas, la capacidad de raciocinio parece ser el rasgo sobresaliente de este y el que nos distingue del resto de las especies. Por otra parte, el hecho de ser seres racionales nos permite identificar conceptos, cuestionarlos, encontrar contradicciones o coherencias en los mismos y establecer inferencias inductivas y deductivas. Facultades que nos permiten discernir lo que es bueno o malo para nuestra salud.


Así la cuestión, dado que el ser humano es un ser inteligente y con capacidad de raciocinio, es esperable que este llegue a razonamientos que no pongan en riesgo su salud o su vida. Sin embargo, la evidencia nos demuestra que reiteradamente los seres humanos erramos en nuestras decisiones, en algunas ocasiones sin conciencia de ello, pero en otras muchas de modo consciente y más o menos deliberado. Este es el caso de los comportamientos relacionados con la salud.


En la década de los 70, los profesionales y planificadores de salud daban mucha credibilidad a los denominados modelos racional-informativos como marco de referencia de las intervenciones preventivas y de promoción de la salud. Desde estos planteamientos se partía de la creencia de que las personas incurríamos en prácticas no saludables porque desconocíamos las consecuencias negativas de tales hábitos, entendiendo que el factor subyacente era la desinformación. Así, por ejemplo, se consideraba informados a los jóvenes sobre los aspectos negativos relacionados con el consumo de drogas, tomarían una decisión racional y optarían por el no consumo. Ello implicaba asumir, por tanto, que la información era una condición necesaria y suficiente para que los individuos incorporaran hábitos saludables en sus estilos de vida. En relación a esta suposición, resulta innecesario recurrir a la evidencia científica, por otra parte abundante en esta materia, para demostrar la ineficacia de este modelo.


MOTIVOS


Pero, cuál es el motivo que explica el porqué una persona incurre en determinadas prácticas o hábitos, aún a sabiendas de que ello puede perjudica o comprometer seriamente su salud a medio o largo plazo? Si los seres humanos somos inteligentes y por tanto racionales, lo lógico sería esperar que nuestro comportamiento, en términos de salud, fuera coherente con la información de la que disponemos. La respuesta a esta cuestión no es sencilla, por tanto, en la base de su explicación están un amplio complejo de factores, entre los que podemos destacar los siguientes:


Los comportamientos de mala salud (consumo de duces, productos grasos, consumo de sustancias adictivas, el comportamiento sedentario…), habitualmente tiene efectos reforzadores inmediatos y seguros a corto plazo, y consecuencias de mala salud a largo plazo y solo probables. Por ejemplo, el fumador experimenta en breves segundos la agradable sensación de fumar o la sensación de alivio del malestar relacionado con el síndrome de abstinencia tras un periodo sin poder hacerlo; mientras que el riesgo de desarrollar una  patología grave es solo probable y de suceder tendrá lugar a medio o largo plazo. 


Los comportamientos saludables, generalmente suponen esfuerzos o molestias inmediatos y sus efectos positivos sobre la salud se verán a medio largo plazo y solo de forma probable. Por ejemplo, reducir el peso (un factor de riesgo cardiovascular) implica introducir cambios en nuestros estilos dietéticos y niveles de actividad física, actos a menudo molestos, pero ello no garantiza con total seguridad que estemos libres de padecer un trastorno cardiovascular a medio o largo plazo.


El pensamiento humano no es siempre profundo y deliberado. Aunque se nos supone series inteligentes, esto no quiere decir que estemos permanentemente aplicando profundos razonamientos a cada una de las decisiones que adoptamos. La falta de tiempo, las limitaciones de nuestra memoria inmediata, la falta de información o la incertidumbre acerca de las consecuencias de nuestras acciones provocan que las personas recurramos de forma sistemática a atajos mentales denominados heurísticos, a los cuales recurrimos para simplificar la solución de problemas y que nos permiten realizar evaluaciones en función de datos incompletos y parciales. Es decir que actuamos con ciertos automatismos aprendidos como reacción a los estímulos o las demandas del medio. Lo cual resulta práctico la mayoría de las veces, pero en ocasiones nos inducen a decisiones erróneas e incluso incoherentes.


Cuando somos conscientes de la existencia de incoherencias entre nuestras actitudes, creencias y conductas experimentamos una sensación de incomodidad psicológica denominada disonancia cognitiva. Esta sensación desagradable, nos motiva a realizar razonamientos consistentes con la conducta realizada para reestablecer el equilibrio psicológico. Así un fumador, escucha que fumar incrementa de modo significativo el riesgo de padecer cáncer y para deshacerse de la disonancia cognitiva, realiza afirmaciones consonantes como por ejemplo, “mi abuelo fumó toda la vida y se murió con casi cien años”.


Por otra parte, la observación permanente de ciertos hábitos nocivos en modelos significativos de nuestro entorno, hace que estos se incorporen a nuestro repertorio conductual, como algo normativo.

RESUMEN


En definitiva, el ser humano no parece ser tan racional en todas las situaciones, por lo que si queremos prevenir el consumo de sustancia o mejorar los hábitos de salud tendremos que ir más allá de la simple provisión de información, se requiere además conciencia de la vulnerabilidad ante determinados problemas, intención de conducta, habilidades específicas y el reforzamiento de los hábitos saludables adquiridos.

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