Blog | Usos y costumbres del verano

El cocodrilo inflable

En verano frecuentamos verbos que no existen durante el resto del año. Uno de ellos es inflar. En invierno no es necesario inflar nada. La chimenea, los libros, o la Play Station, vienen infladas de fábrica. Sin embargo, la mayor parte de los objetos de ocio de la época de los calores dependen de una caprichosa válvula de plástico por la que hemos de soplar hasta palidecer y, a veces, morir. Que entre soplar a los flotadores, los balones de playa, y los manguitos, el verano es como un eterno control de alcoholemia.

Una de los principales causas de decesos en la playa entre los mayores de 20 años es el colapso por rotura de la válvula de una zodiac de juguete en la recta final de su proceso de inflado. Entonces todo el aire introducido se proyecta en dirección contraria. Así, a causa de este accidente, sólo en verano tenemos ocasión de ver a tipos inflarse y finalmente explotar junto a la orilla. Dentro de la tragedia, es uno de los espectáculos más singulares que pueden verse en una playa.



locura de fabricantes

Antaño nos vendían pelotas de plástico que hinchábamos a pleno pulmón. Pero el ocio playero ha evolucionado, y poco a poco se nos ha empujado a comprarnos colchonetas, cocodrilos inflables, y hasta al salón-comedor flotante, con varios sillones con agujero para el cubata, y una mesa central con válvula independiente. En síntesis, antes nosotros inflábamos las pelotas de los fabricantes de juguetes, ahora son los fabricantes de juguetes los que nos inflan las pelotas a nosotros.



Técnica de soplido

La clave para un buen inflado es tener gran capacidad pulmonar. Esto se consigue pidiéndole al sobrino joven y deportista que se ponga a soplar en tu lugar. Pero si has de hacerlo tú, no caigas en el error de lo teórico. La teoría dice que debes soplar suave pero constantemente. La realidad dice que así no acabarás nunca. Sopla por el maldito pitorro con toda tu alma y sin coger aire o jamás lograrás que ese amasijo de plástico se desperece lentamente y comience alzarse y tomar forma de piscina ante el asombro de los más pequeños. 

La válvula

Todos estos cacharros de plástico cuentan con un elemento odioso: la válvula. Su mecanismo se ha sofisticado mucho de un tiempo a esta parte. Las válvulas de nuestra infancia eran un simple agujero. A la hora de inflar una pelota, se hacía necesario intercalar los soplidos con la habilidad para retener el aire en su interior, bien mediante un soplido neutro -a modo de embrague en un semáforo en cuesta-, bien con una lengua potente y vigorosa, capaz de obstruir la salida de aire de la pelota mientras coges fuelle en tus pulmones. Según he podido acreditar, los que tienen esta habilidad son capaces también de apretar tornillos con la lengua, y de teclear con ella a gran velocidad en máquinas de escribir. He conocido varios casos. Especialmente en el sector vacuno.

Desde los 90, la válvula incluye un dispositivo que dificulta la fuga del aire durante el inflado. Se trata de un obturador de plástico que se activa cuando el aire intenta salir, frustrando su huida. Ya sé que todo parece feliz, pero la contrapartida no es menor. La existencia de esa lengüeta obliga al que está hinchando a vencer su brutal resistencia en cada soplo. Entre las ventajas de usar este dispositivo destaca la ampliación de la capacidad mofletil, que favorece después la perfecta caracterización de Louis Armstrong en fiestas de disfraces. 



El inflador

Se trata de un aparato que impide que te hagas daño en los pulmones a cambio de que te lo hagas en el brazo. También existen infladores de pie. Las agujetas al día siguiente son como si hubieras subido el Angliru en una bicicleta con un solo pedal.



El inflador eléctrico Mucho más cómodo que el inflador manual, tiene la ventaja de que te evita cargar con las colchonetas, los cocodrilos gigantes, las piscinas familiares, y demás trastos inflables a la playa. Porque la mayoría de los juguetes infantiles inflados con este cacharro revientan. Y ojo con la onda expansiva. A mi vecino Eliodoro le reventó de pronto la pelota de playa en el verano de 2005, cuando la inflaba con este aparato mientras acariciaba a su pequeño perrito en el jardín de casa. La semana pasada le llamaron de la Estación Espacial Internacional. Habían encontrado a Tobi. Orbitando. 



Normativa europea

Los europarlamentarios cuentan con dos grandes obsesiones: los termómetros de mercurio y los juguetes hinchables de plástico. Si a ellos les debemos el mérito de haber eliminado los únicos termómetros que realmente detectaban la fiebre, también estamos en deuda con ellos por facilitar que nos reviente un pulmón tratando de vencer la resistencia de la válvula de ultraseguridad de una piscina familiar.



El cocodrilo

Desde hace décadas goza de gran popularidad playera el cocodrilo hinchable gigante. Los amantes del cocodrilo somos muchos. Hay gente que no comprende nuestra pasión, que no sabe disfrutar del placer de montarse en un cocodrilo, dejarse llevar por las olas, y embestir a los demás bañistas al grito de “¡cocodrilo, cocodrilo!”. Los del cocodrilo somos graciosísimos.

No hay en toda la playa nada que navegue peor que un cocodrilo verde de metro y medio. Y sin embargo, no hay nada que despierte más pasiones en todo el arenal. Todos los que portamos cocodrilos verdes hemos pasado por el suplicio de inflarlos, de acuerdo, pero todos reconocemos sus increíbles beneficios para el descanso del cuerpo y la mente, además del espectacular éxito que obtiene el dueño del cocodrilo entre las chicas. 

De mis 974 primeras novias, 973 eran bañistas anónimas que cayeron rendidas a los encantos de mi cocodrilo de playa. La 974 se fugó con otro que tenía el cocodrilo más grande. No le guardo rencor. Al cocodrilo.

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