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Flor de enero, dicen

A estas alturas uno siente ya una especie de vértigo. Cosas de la edad, imagino; a algunos les da remanso, a otros desespera. 

Día de Reyes, esa celebración que nos recuerda lo que fuimos algún día. La tarde respira luminosa, silenciosa, de lo más valiosa, más que el soniquete de la lotería que tanto celebra estas fechas y que nunca llama; será por eso que nos atrapa el silencio. 

Casi una semana después de voltear la página del almanaque la sensación que nos alcanza es un dejà vu, un escenario predispuesto de antemano, como si el mago que nos adivina el porvenir hiciera con nosotros un viejo truco. Nada nuevo. 

Antes, cuando el correo era sobre y matasello, y hasta coleccionábamos argumentos de filatelia, una postal navideña era una celebración en la distancia, un despertar a la ilusión casi tan grande como el niño que estrenaba pelota el día de Reyes; ya no. La última felicitación navideña llega el día de Reyes, en francés, electrónica y vibrante, una semana después del día D, imagino que tendrá su lógica, es una llamada comercial. En realidad la mayoría de las felicitaciones son así, para recordarnos lo que antes nos recordaban nuestros familiares o algún amigo en la distancia.

Son los tiempos. Hay quien, al voltear el almanaque y descubrir esa pagina en blanco sobre la que trazar argumentos, interpreta ese gesto mecánico como un anuncio cuasi mágico, como un mundo de superstición, un entramado animista, y no acontece nada, ni siquiera lo previsible. Bueno, sí, hay cosas que ni el frío estacional mueve. Nada de lo que no hubiéramos hilvanado hace una eternidad -en el 2016- va a venir ahora a redimirnos. Finalizó diciembre, el mes de los excesos y la felicidad de supermercado, y empieza el frío enero, Un mes que promete, a veces una celebración contranatura, porque conviene recordar que los jardines -algunos- ya florecen en enero. flores que no se llevarán después las heladas. O sí.

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