Cartas al director

A derramar lágrimas de cocodrilo

“Tartufo conoce a quien engaña, aprovéchase ofuscándolo con cien apariencias y con su hipocresía le saca sumas a toda hora, adquiriendo además el derecho de censurarnos a todos” (Moliere)

Sucedió en un teatro de Madrid. Hora inusual para cualquier espectáculo.  El timbre ya ha sonado tres veces para aviso de los espectadores. Es la hora del comienzo de la representación teatral. Se levanta el telón. En medio del escenario iluminado con luces mortecinas se encuentra un féretro. El ambiente creado es sobrecogedor. Por un lateral aparece un compungido actor que por su largo hocico y gruesas escamas representa el papel de un yacaré.

El personaje llega presidiendo el cortejo de miembros de su propia camada, que son de menor tamaño, para resaltar más  aún la figura del patriarca, el Gran Mariancho. Desde el otro lateral surge un grupo asemejando una fauna de anuros apesadumbrados. Al fín y al cabo eran allegados, siendo como eran del género reptil. La tramoya hace pender, con pausado movimiento vertical, una naveta abierta despidiendo el humeante incienso.

Y como en Fuenteovejuna, todos a una, entonan el miserere panegírico dedicado al cadáver oculto en el féretro. Sus saltonas órbitas oculares se anegan de lágrimas. No en vano el finado había consagrado su reptil vida a la familia. El dolor era más intenso por cuanto le habían arrojado del grupo, pensando, que así de ese modo se alejarían de la maldición que sobre el muerto había caído por las garras de milanos con plumas de toga. La maldición, el “caloret” que le obligaba a zambullirse en aguas burbujeantes de ríos levantinos contaminadas por la ginebra, fue todo un mortífero cóctel. Una auténtica cremá fallera.

Pero no admitían que aquel destierro tuviere como causa principal o accesoria de su muerte. Otros fueron los victimarios. ¿Tendrían la presunción de que fueran los depredadores unipodermios, que se ausentaron del acto fúnebre? Mas, no fue así. De súbito, antes de la bajada del telón, salta al patio de butacas el caimán Catalario, oficiante de justicia del clan, para señalar con el dedo a los sorprendidos espectadores, clamando con desgarro: “¡Ustedes le han matado como cooperadores necesarios de la horda morada… allá con sus conciencias!”

Cae finalmente el telón. ¿Cómo se llama la obra? Yo lo desconozco. Quizás lo sepa algún avispado lector. De lo que sí tengo conocimiento es de haber asistido a la representación. Obra que es todo un recital de hipocresía, papel que han bordado todos sus protagonistas, para envidia del personaje de Moliere. Teatro o realidad,  deseo que descanse en paz todo difunto.