Cartas al director

C'est de la merde, mon ami

 “El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo, y aceptar el futuro en lugar de imaginarlo. En la escuela son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación” (Eduardo Galeano). 

Escribir o no escribir, he aquí la cuestión. Afirmaba en uno de sus textos Mariano José de Larra, en su columna de “El pobrecito hablador”, bajo el seudónimo de Bachiller Juan Pérez de Munguía: “¿No se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee? Esa breve dudilla se me ofrece por hoy y nada más. Terrible y triste cosa me parece escribir lo que no ha de ser leído.”  Ni terrible ni triste es para mí, cuando sé que me lees, Carlos Villarino.

Yo soy más dado a la lectura que a la escritura, si para ésta menester es poseer oficio. Mas, ello no me invalida para escribir carta alguna, con la que no intento emular al columnista profesional. Confieso que al hacerlo me siento aliviado. Alivio por cuanto no vivo de ello, alivio por mor de que no obligado estoy a discurrir por la tendencia ideológica de algún que otro periódico, mantenido por la subvención pública, y por la que deambulan aquellos  catecumenados  del pesebre. Acierto en la diana, al comprobar que parte de lo que escribo no se publica. Nada ni a nadie tengo que reprochar. Es un derecho que le asiste a un periódico, como, también, a mí escribir o no escribir. No me invade, pues, la duda como al gran Larra.

Y no dudo que se lea, al menos, prensa. En las cafeterías se disputa un lector la prensa local, y la nacional. La primera en busca de esquelas, obituarios, y ofertas inmobiliarias. La segunda es la deportiva. El culto a la muerte y la devoción a la hazaña del fútbol millonario como defraudador al fisco. Sellos de nuestra antropología cultural, que aceptamos e inmovilizamos por temor a soñar un mañana dispar. Encerramos la corriente crítica en la presa que conforman las portillas de la Canda y el Padornelo, como Franco sepultaba los ríos en pantanos, en clara alegoría a prohibir el fluir de ideas, como las aguas en su natural camino. Poner diques al devenir historicista, que abogaba Heráclito, y que compartió Nietzche, controvertido filósofo, a quien hemos simplificado por su claro perfil antidemocrático.

Hoy hemos acogido a inmigrantes que han huido del hambre y la guerra. Que no sea solamente un gesto propagandístico y tras un encierro en CIEs, luego, expulsión. Escuchemos nuestro pasado. Hace casi 80 años miles de compatriotas huyeron del hambre y la guerra. Apiñados en el Winnipeg, Sinaia, Ipanema, Mexique , Flandra, entre otros buques, recibieron acogida y  beneficio de una nueva vida, y como mutuo beneficio dieron a la cultura y economía de aquellos paíse. Si no cambiamos las pilas, Carlos Villarino, mon ami, c’est de la merde.