Cartas al director

Conjugando el verbo españolear desde la Gallaecia

 “¡Porque nosotros somos españoles y celebramos la Navidad y la Semana Santa, y nos sentimos orgullosos de nuestros agricultores! ¡Y defendemos la caza! ¡Y al que ir a los toros que vaya, y al que no le guste no vaya! ¡Ya está bien!” (Teodoro García Egea, del PP).

Se acerca la Navidad, lector amigo, y son una de esas fechas en la que debe dilucidar si usted es un español auténtico o de pacotilla. Comience con la liturgia pagana de ocupar en el salón comedor de diez metros cuadrados el abeto acombado de bolas, estrellas y lucecitas, sujetado en sus raíces metálicas por cajas que encierran regalos. Ya es Navidad en El Corte Inglés. Haga  hueco en un rincón para instalar el viejo belén heredado de la abuela. Sacuda la paga extra y dele gusto al paladar engullendo el besugo al horno, bacalao con coliflor, cordero castellano, y muchas otras viandas de las que se ve privado durante todo el año. Y para hacer fluida la ingesta, acompáñela de un vino espumoso, procurando que no proceda de una cava catalana. ¡No sea usted chauvinista! Pero no se sobrepase del etílico que deberá asistir a la Misa del Gallo, para rematar como auténtico español, español, el fin de la Nochebuena.

Le esperan en el ejercicio anual venidero otras pruebas para demostrar su auténtico españolerismo. A la algarabía y  gula navideña, le sucederá el tiempo de silencioso recogimiento, solo roto por los pasos de los costaleros portando en andas esculturas de la imagenería católica, custodiadas a ambos lados por nazarenos portando cirios en la mano. Y se escucharán emotivas saetas desde algún balcón al paso de la imagen de su devoción de un amateur cantaor. Y si se encuentra en el Bajo Aragón zurre al tambor a  la rompida de la hora.

Y llegará el ansiado verano, para disfrutar de las playas en familia, de entrarle al pesacaíto frito y la sangría en un chiringuito. Mire con disimulo, procurando no ser pillado in fraganti por cónyuge ni suegra, el monokini de una extranjera de enrojecida piel, por resaca del sol. Haga el burro cuanto pueda, que, luego, de nuevo en el trabajo, le visitará el estrés postvacacional.

Entre playa y montaña dese un garbeo por los tendidos de una plaza de toros. Es parte indisoluble del españoleo. Aproveche la ocasión para obviar los desabridos consejos de su galeno, y haga ahumar sus pulmones a ritmo de un Farias. Y si le acompaña gachí alguna, por favor, que no lleve minifalda. Canturree a  Manolo Escobar, que de vino, mujeres y toros sabía un huevo, y del otro de trigos y amapolas, cuán cortijero orgulloso de sus agrícolas braceros.

Ya en el otoño a desempolvar la escopeta, que es la hora de caza; apunte y dispare, que animal que corre o vuela a la cazuela. Si no se identifica con la conjugación precedente, nada tiene usted de español, y por lo tanto, como moraleja del político del preámbulo, ¡te jodes, Herodes!