Cartas al director

El ciego, el cojo y el chalecito

"Un ciego le pregunta a un cojo: ¿qué tal andas? Y el cojo le contesta: pues, ya ves”. (Chiste de Pedrito).

Hete aquí que se sentaron en un diván de Moncloa. Posaban para la galería, proclamándose como hombres de Estado. Eran el cegato Marianito y el cojo Pedrito. ¿Sobre qué hablaron? No sea usted incauto, amigo lector. No les preocupaba el ruido de la calle organizado por yayoflautas, feministas, estudiantes, secesionistas catalanes. Pues, al fin y al cabo, ellos hacen política de Estado para la mayoría silenciosa. Esa mayoría unicamente preocupada por la deriva independentista en una Cataluña insolidaria como desagradecida.

Marianito da palos de ciego, y Pedrito cojea del pie izquierdo. Ante diagnosticadas minusvalías, han acudido al servicio a domicilio que presta la más alta judicatura, sumisa a la Razón de Estado. Pero ha surgido un contratiempo. Esa sumisión no se da en las sedes judiciales europeas. No querían caldo, y le han dado más de una taza. Se solivianta el cojo: “Se está demostrando la falta de cooperación europea”. “Ciertamente, amigo Pedrito”, responde Marianito. Y continúa: “Ya verás que cara se les pone a estos calvinistas cuando el Real Madrid gane la Champions Ligue”. 

El cojo pregunta al ciego: “¿Qué hacemos?”.  Llegan a la conclusión de que la solución es seguir manteniendo el 155. Y si alguien la caga que sea la judicatura. Para que no sea tan dolorosa la defecación, Pedrito añade: “Hagamos otra modificación del Código Penal. Suprimamos la condición de existencia de violencia para que se impute el delito”. Castigar el pensamiento y la palabra como acto rebelde. Le había venido en mente un chiste de Jaimito, cuando afirmaba que si el vagón más dañado en un accidente ferroviario era el de cola, bastaba con suprimirlo.

No puedo pasar por alto otra historia de la casta política que nos representa. La noticia de que los dos tortolitos que se proclaman como la oposición de izquierdas en el Congreso acaban de adquirir un chalecito en La Navata de Galapagar. Se defienden apelando a la privacidad de su vida, y que la pagarán mediante hipoteca con sus sueldos. Vida privada, sí, pero si pagan con sueldos que provienen de las arcas públicas, la privacidad trasciende a lo público. Y es más público por cuanto han logrado la representación parlamentaria merced al voto de la población más desfavorecida. Es una cuestión de ética. Lo ha expresado mejor que nadie Kichi, alcalde de Cádiz: “Es no parecernos a la casta, no ser como ellos, porque vinimos a desalojarlos a ellos, después de que hubiesen estado desahuciando por miles a nuestra gente, es no vivir como ellos, es parecernos al pueblo que nos eligió y de que seguimos siendo leales”.

Reflexione amigo con la frase de Jardiel Poncela: “Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar, y después te cambian el programa”.