Cartas al director

Mariano, hombre de rancio abolengo

“Este hombre no es de ayer ni es de mañana,/si no de nunca; de la cepa hispana/no es el fruto maduro ni podrido,/es una fruta vana/de aquella España que pasó y no ha sido,/esa que hoy tiene la cabeza cana”. (“Del pasado efímero”, Antonio Machado).

Machado retrataba así al español de casino provinciano. Mariano goza al estar entre los suyos, sí, con aquellos socios del Liceo Casino de Pontevedra. Allí se reúne con la flor y nata de la capital del Lérez, que se prolonga a la villa de Sanxenxo en la primera línea de la playa de Silgar.

No podía ser menos. Su rancia prosapia le impone carácter. No es tiempo de campaña electoral para mezclarse con el populacho. Un populacho, que aún siendo de tu ciudad amada, puede largarte una buena hostia. Y ya dice el refrán, no hay mayor desprecio que no dar aprecio. El consistorio pontevedrés plagado de rogelios le nombró persona non grata. La moción le trajo al pairo. Es más, ello fue acicate para incrementar sus visitas a la ciudad, y no hay mejor escaparate que dejarse ver con su escolta pretoriana del Casino.

¡Qué noche, la de aquella noche! Ni Raphael ni Adamo si la hubieran imaginado. No era noche para canciones ligeras. Sonaron piezas de vals. Rascaron el parquet los tacones de féminas púberes ataviadas de blanco inmaculado y los acharolados zapatos de caballeros encorsetados de negro smóking. Exigencias del rancio protocolo. Mariano estaba en su salsa. No paró de sonreír, de hacerse selfies. Esperaría a que sonase el Vals de Las Mariposas para lanzarse a la pista, y de mostrar su arte bailando con su esposa Elvi, y llegado el cambio de pareja con su amiga del alma Ana Pastor. 

Irradiaba felicidad el hombre, como irradiaban en el cielo aquella noche las lágrimas de San Lorenzo. En aquella noche cuya línea del horizonte estaba marcada por el humo de los abundantes incendios que asolaban Galicia. 

Revivió los tiempos pasados de su juventud. Cuando no había dama de la alta burguesía que se le resistiese  en baile alguno, siendo como  ya registrador de la propiedad a edad temprana. Ahí el secreto de su prolongado celibato, y no de otras revelaciones de denostadas lenguas viperinas. Era el soltero más codiciado.

Alegría intensa, la suya, pero fugaz en aquella noche. El deber de hombre de Estado le obligaba abandonar el lugar. Los catalanes amenazan con bailar una sardana secesionista. Prometió volver al Baile de la Peregrina en el Liceo Casino en  años venideros. La prosapia tira mucho.