Cartas al director

Yo sí que soy tonto

“Lo poco que sé, se lo debo a mi ignorancia” (Platón)

Sí, soy todo lo contrario a lo que se proclama en un spot publicitario. Un tonto del capirote, para no adjetivarlo con esa noble abertura trasera de mi anatomía. Soy incapaz de comprender el sencillo procedimiento judicial en que está inmersa la esposa de Iñaki Urdangarín. Y así lo afirmo no como experto jurídico, a leguas de serlo que soy, como tampoco lo pretendo, si no porque yo he sido reo de un delito penal, a quien el juez instructor, recalco lo del juez, impuso como medida cautelar la imposición de una fianza, como responsabilidad civil pecuniaria, a petición de fiscal y acusación particular, en el auto de apertura del juicio oral. 

No me consta que el juez Castro haya impuesto medida cautelar alguna. Sí es de mi conocimiento la petición de una fianza por parte del fiscal Horraure. Para no hacerle un feo al citado, la inocente infanta corrió rauda a ingresar la cuantía fijada en una cuenta de consignaciones judiciales. Y lo hizo, ingresando en cuenta errónea. Es una prueba más de su inocencia. Nunca se enteró de donde provenía el dinero que entraba en su casa, porque desconoce el complejo funcionamiento de la banca. Ella trabajaba en una entidad financiera en la que errar en identificar depósitos era el pan de cada día. No obstante, haber sido impuesta por el Juez, y siendo inocente como dice, pudo haber presentado un recurso de reforma o de apelación. Siempre, reitero, tras el auto judicial de apertura de juicio oral.

Dicen que las prisas nunca son buenas. Pueden inducirnos al error. La Borbón tuvo mucha prisa. Erró en la consignación. Ya se sabe, a decir de los latinos, errare humanum est. Más, que no persevere en errar, porque el proverbio latino continua en sed perseverare diabolicum.

Hablando de perseverancia, la que ha mostrado siempre el fiscal. Llega a afirmar que la acusada sufre indefensión, cuando el mismo la defiende conjuntamente con el despacho de abogados caros de su defensa en el procedimiento, y la Agencia Tributaria. Me recuerda mi caso, que aún contando con defensa, eso sí con honorarios mucho más a la baja, me sentí impotente, indefenso, porque quien me acusaba del ilícito penal era un magistrado, a quien había, supuestamente, injuriado gravemente. El juzgador agradeció mi conformidad, previa a la vista, con el beneplácito del leso magistrado. Mi bolsillo sufrió, pero me confortó el saber cuánto cuesta el honor agraviado de un magistrado.

Esa es la diferencia de llevar en mis venas sangre roja y no azul. Venir de cuna baja. Lo cual me alegra, como me enorgullece, aunque me discrimine la justicia.