Cartas al director

Títulos a peso

“Un título universitario no acorta el tamaño de vuestras orejas” (Elbert Hubbard, filósofo estadounidense, 1856-1915)

Quise seguir el ejemplo de mi buen amigo Fernando. Aunque a diferencia de él, quien buen estudiante era, yo nunca estuve a su nivel. Decía que no deseaba un título universitario que le acreditase como burro cum laude. En aquella universidad franquista se aprendía muy poco. Recuerdo una anécdota ilustrativa. Cierto catedrático no admitía pregunta alguna en clase. Un mal día se me ocurrió acudir a su despacho. Tenía muchas dudas en su asignatura. Se las expuse. Me respondió malhumorado: “Déjese de acudir a libro alguno, y memorice mis apuntes si quiere lograr el aprobado”. Ahí no quedó la cosa. Al día siguiente en el aula se despachó con la siguiente frase: “No admito pregunta alguna por parte de ustedes, ya que lo que intentan es indagar si yo estoy capacitado para esta cátedra. Sepan que sí estoy capacitado al ganarla por concurso oposición, según consta en el BOE de tal  fecha”.

Eramos hijos de la posguerra. Nuestros padres se afanaban en darnos una formación académica, de la que ellos habían carecido. Una formación al más alto nivel académico que nos abriese las puertas a un puesto de trabajo digno y remunerado. La universidad de la vida me enseñaría que un título universitario no es sinónimo de competencia laboral, aunque fuere necesario para ejercer determinadas profesiones.

No estamos en una posguerra. Pero nos asfixia una crisis económica galopante. Nuestros hijos no encuentran trabajo, e intentamos alargarle su formación académica. Y nuestros representantes políticos se han subido al carro de la moda de acaparar títulos académicos. Eso sí, sin el esfuerzo que les supone a los jóvenes sin carnet alguno de partido político. Estos políticos entran a la adquisición de títulos a peso. Al montón en báscula, o al  peso dinerario. Se afanan, vanamente, en tapar con esos títulos su manifiesta incompetencia.

He asistido a seminarios y cursos. En ellos se me otorgaron diplomas de asistencia, diplomas que descansan en cajas de mi buhardilla. Lo más importante era la asistencia, conjuntamente con el estudio de las monografías impartidas. Elementos que permitían despejar muchas dudas profesionales. Ello era así porque al final de la exposición del ponente se abría el debate. Un debate que te podría enriquecer o no. En líneas generales, a mí me valió la pena el sacrificio de tener que desplazarme. Vaya mi reconocimiento a aquellos juristas. En especial a Gullón Ballesteros y Xavier O’Callagham en Madrid, y, sobre todo, a Seoane Spielberg en A Coruña, auténtico representante del Iura Novit Curia. Mayor reconocimiento y admiración profeso al político autodidacta, sin títulos, honesto y comprometido con la sociedad a la que sirve.