Cartas al director

Obituario: Sor María Humildad de San José

Amig@, el día 26 de este mes de junio participé en el funeral de sor María Humildad de San José. Los mayores de Roimelo recordaban ese día a Purificación Devesa Suárez como una niña buena y obediente. Para los mayores de Allariz, Purificación había sido una adolescente responsable y estudiosa. Nacida en una familia cristiana, pronto sintió la llamada a vivir en el silencio y la humildad. Su voz de niña dulce aún perfuma los hogares y los corazones de quienes con ella enredaron, estudiaron y rezaron. 

Muy joven, Purificación se enamoró de Francisco de Asís, que despertó en ella las sinfonías más sugestivas del seguimiento de Cristo. Muy joven llamó a las puertas de la casa de Francisco y Clara, en Allariz. La acogieron y vivió, con ellos y con las monjas, en silencio, humildad, contemplación y  fraternidad durante toda la vida. 

Sor María Humildad fue la mujer del silencio. Sabía que Dios transmite sus mensajes con ritmos de silencio. Sabía que Dios habla y calla, pide y espera, invita y da, a través del silencio. Sabía que el silencio es la mejor música que podemos poner a la letra de nuestras vidas.

Sor María Humildad fue una mujer de oración. Supo orar como respiraba: profundamente, libremente; con fórmulas establecidas y sin fórmulas; con palabras y en silencio; sola y en comunidad; en la iglesia y  el trabajo. Sabía que en la oración lo que realmente importa es la actitud del corazón. En su corazón tenían posada sus parientes, los alaricanos y todos los necesitados. 

Sor María Humildad fue una maestra de la sonrisa. Decía Amado Nervo: “Pero, en suma, ¿sabe el sol, saben la luna y las estrellas, y el mar y la montaña el bien que nos hacen? Detrás de ellos se esconde la sonrisa de Dios”. El rostro de sor Humildad exhalaba la sonrisa de su Dios. Sabía que una cara sin sonrisa es como un candil sin aceite. Y ella quiso, con su costura, su bordado y su repostería, alumbrar sin deslumbrar. Los leves detalles, los delicados cuidados, las constantes nimiedades dieron dulce sabor en su vida consagrada.

Sor María Humildad fue una clarisa feliz. Sonreía a sus hermanas, sonreía a quien la visitaba, sonreía en la dicha y el dolor. Descubría vetas de poesía en todas las personas, en todas las cosas y en todos los acontecimientos. Gustaba el encanto de cada melodía que se entonaba en su monasterio. Se recreaba en la belleza de cada rosa del jardín de su convento. Gozaba con  el inquieto balbucear de cada mañana alaricana y con la hermosa despedida de cada atardecer fecundo.

Amig@, damos gracias a Dios por la fecunda vida de Sor María Humildad. Y felicitamos a la Comunidad de clarisas de Allariz, y a todos los alaricanos, por la valiosa intercesora que tienen ante el Padre, en compañía de Clara y Francisco.