Cartas al director

La matraca franquista

Hace poco se reivindicó de nuevo la matraca –que en su día se refirió al Plan Ibarretxe, también conocido como raca-raca, ya que son sinónimos-, con motivo del preso que se sintió acosado por uno de los Jordis y solicitó el cambio de celda, que le fue concedido. Pero yo creo que la Matraca por excelencia, la primigenia y con mayúsculas, es la que tenemos que soportar en este sin par país, España,  desde hace años, lustros, décadas: la apología franquista.

España es diferente, para mayor vergüenza y deshonra, tal es la cuestión: países a los que miramos por encima del hombro, no sé por qué, como Uruguay, Chile, Argentina –hace aún un par de semanas, con 24 penas  a cadena perpetua para los infames represores-, han ajustado cuentas con sus recientes pasados de crueles dictaduras. En tanto, somos los segundos del planeta –creo que sólo superados por Camboya- en número de cadáveres ciscados por las cunetas: en algo habremos de ser líderes. Con relativa frecuencia tenemos que soportar, a estas alturas de la investigación histórica y de la evolución política-moral de la sociedad –cuando se aprueban leyes en favor de los animales-, que algunos nostálgicos o ignorantes, en el mejor de los casos,  o convencidos neonazis y neofascistas, divulguen por los medios habituales sus proclamas cavernarias, contrarias a toda consideración ética y valoración del ser humano como ente autónomo y político portador de una dignidad no subyugada a ningún poder espurio, logrado  a través del terror y exterminio del adversario ideológico, como  lo fue en el caso del criminal Franco.

Y esto fue así, sin matices atenuantes que lo justifiquen, desde el primer instante de la insurrección fascista, en todo el territorio español de la mal llamada “zona nacional”, y que se vivió aquí, en Galicia, de manera ejemplar: no hubo guerra, sino una cruel y feroz represión contra todos aquellos considerados como enemigos, reales o potenciales, en muchos casos cargos públicos, electos o no (alcaldes, gobernadores civiles y militares, sindicalistas), pero también maestros, militantes o simpatizantes de partidos de izquierda o republicanos, etc.; pues se trataba de sembrar el terror –ningún terrorismo, por fuerte que sea, se puede equiparar al del Estado, que alcanza a todos-para cortar de raíz todo posible intento de resistencia, extirpando la mala semilla para evitar su resurgir en el futuro. En Cangas se recuerdan, cada 28 de agosto, a los 11 asesinados en la carretera de Bueu, todos ellos modestos trabajadores del mar y otros oficios, dos de ellos hermanos, y con edades de entre 17 y 30 años, sin otra culpa que sus ideas. Y así en cantidad de ciudades, villas y lugares gallegos, de cuyo relato se encargan recientes publicaciones de investigadores del ámbito universitario. Resulta inaudito que un contumaz buscador de protagonismo se atreva a censurar en esta sección a aquéllos que critican a Franco sin haberlo conocido –ya lo saben: no puede criticarse nada que no se haya vivido-, cuando lo atrevido es defender al infame personaje, para humillación de todos los que aspiran aún a recuperar sus muertos por ahí tirados –yo no los tengo-, sin otra pretensión de justicia, y en una clara apologética fascista que sería delictiva en otros países europeos. De su lucidez nos dice mucho el que nos ilustre con los diversos nombres de pila del faccioso tirano, amén de las semanas que gobernó –sin echar cuentas de que lo normal es medir en años y meses, y en el resto se pierde el sentido de la medida-, como si ello aportara algo importante  para la historia, y menos mal que no nos castiga señalando que nació en lunes, viernes o cuando fuera, como gusta de hacer. Hace pocos días, en la sección retrospectiva de este diario, se reproducía un discurso del “Caudillo”, con motivo de su cumpleaños en 1944, donde agradecía a las masas “su fe y su fanatismo…”, a los que él correspondería “con más fe y fanatismo…”: toda una declaración de principios humanistas y racionales. ¿Si acaso, cristianos? Claro que yo considero a Teódulo F. Franco incapaz de fanatismo, y sí portador de una fría y calculada planificación de exterminio de los “malos españoles”. En este mismo medio o en otro, no recuerdo bien,  se informaba hace unos días de los 2.300 fusilados en Paterna (Valencia) hasta 1941 –no había llegado la paz, si no la Victoria, como cita Fernando Fernán Gómez en sus memorias-, considerada como “el paredón de España”, si bien hubo otros cientos de paredones, aquí mismo, na irredenta Galicia: Furriolo, Castrelo de Miño, Tui, Celanova,  y más, y más, y más…