Cartas al director

Pequeños viajeros

Desfilan a diario, por protectoras y noticieros, las vidas de aquellos animales que fueron en su momento una ilusión caduca o un regalo tornado en no deseada obligación, condenadas a un abandono en el mejor y el menor de los casos, efímero.
Para quien observa desde dentro, todo este contexto semeja una saturada estación de tren, donde las vidas que anhelan raíces son viajeros errantes que, con suerte, tras varios bandazos encuentran una casa donde poder descansar. Por desgracia, sería utópico no reparar en aquellos seres a los que la vida se les escurre entre inocentes deseos, los que esperan pacientes un tren para el que por cuestiones de raza o edad, no tienen billete, los que jamás dejarán la estación.

Tal vez tenemos en demasiada estima la palabra amistad e infravaloramos el contexto que subyace tras ella. La evidencia más pura de este concepto, la quintaesencia de la amistad, se manifiesta en el reflejo de una mirada que solo gira en torno a ti, se encuentra en la respiración que se acompasa con la nuestra en el sofá, tras un largo día, permanece expectante tras la puerta en esos erráticos segundos en los que introduces la llave en la cerradura o sencillamente en la certeza de que ya no hay soledad entre tus, ahora vuestras, cuatro paredes.

Esos amigos se esconden tras las rejas de una jaula a través de la que se asoman, con la inocencia de un niño, cada vez que alguien pasa frente a ella, en el callejón que cruzas cada día mirando al suelo de camino al trabajo, en un pueblecito, a mucha distancia, donde él y sus hermanos no entienden ni entenderán por qué los separan.Los animales

esperan que su tren sea solo de ida, la estación no es un buen lugar para ellos, pero si deben estar ahí, es más sencillo si no cargan el peso de una ilusión que disfrazaste de real consciente de su imposibilidad para discernir estaciones a pesar de que, con su paso, ellos también se marchiten.
Tratemos de ofrecer nuestra casa a quien tiene los colores para pintarla de hogar.