Cartas al director

La talla imposible

Uso una 38. Me gustan mis chichas, mis lorzas, esos kilos de más que me hacen creer que tengo. Me gusta esa celulitis que aseguran que poseo, ese michelín que supuestamente me sobresale y toda la grasa que dicen que me sobra. Me encanta esa obesidad que día tras día me meten en la cabeza.

Que sigan haciéndolo si quieren, porque yo me veo perfecta. Uso una talla de verdad, si me pongo de perfil se me ve y nunca me han confundido con un palo de escoba. Si me apetece una hamburguesa me la como, si me atiborro a dulces no me importa. Porque una etiqueta en un pantalón no va a decidir si mi cuerpo es bonito o no. Y vivo feliz porque no me agobio contando calorías, ni intentando entrar en una talla imposible.

Y en pleno siglo XXI, con millones de personas muriéndose de hambre, tenemos la soberbia de no comer para entrar en ropa de muñecas. Hacemos dietas, tomamos complementos dietéticos, gastamos dinero y esfuerzo en gimnasios... Somos un producto sometido a caber en una talla mínima (por llamarle algo). Y nosotros, sociedad avanzada, criticamos el velo, el burka, las creencias ajenas y todo aquello que consideramos falto de libertad.