Cartas al director

Obituario | Domingo Romero Becerra

Silente, discreto como era él, presintiendo, acaso, que el decurso de la vida ya un tanto largo, se fue en Alemania para dejarnos, o bien porque más confiaba en la medicina germana que en la hispana, pero uno cree que por no querer perturbar al familiar entorno, más le impulsaría a ello.

Domingo Romero, de  una estirpe que de tan medradora en los confines de la zamorana Villardeciervos donde sus antepasados asentados e industriosos en todo lo que tocaban, gentes, que no pocas veces, por segundones, tenían que buscarse la vida o simplemente abrirse a nuevos horizontes o nuevas tierras; una rama tomando la vía galaica fue asentándose por el siglo XIX ya en el valle de Monterrei ya en el de A Limia, y otras ramas en Ourense, Ribadavia o Vigo. Gentes de arraigo tal que en la misma villa zamorana uno ilustre e ilustrado llamado también Domingo Romero, nombre tradicional en la familia, subvendría con escuelas y centro de recreo para la juventud a modo de casino o algo así que por allá perdura. Domingo, el de Villardeciervos, que fue adinerado emigrante en Cuba, yace en un mausoleo de la villa donde una lápida le recuerda, y otras, su labor social en el pueblo.

Si Domingo Romero, el que se nos fue discretamente, no exploró la aventura americana sí la alemana donde ejercía labores bancarias, como recordatorio de una familia que ya ducha en el oficio poseyó la Banca Romero y la Banca Cid. Era como un residente de la hanseática Hamburgo, pero sin olvidar sus raices.

El último Romero Becerra de unos hermanos que fueron Teresa, Dolores, Luis, Pepín, Gaspar y Jesús , conocidos en el mundillo de la política , la abogacía y aun la banca, siempre arraigados a Xinzo, sentimiento que han transmitido a sus herederos.

Domingo Romero, de carácter bonachón, tenía una heterogénea pandilla en Xinzo: Acacio, Humberto Acevedo, Camilo Dios, Pepe Cuquejo, Nito y Alfonso Villarino, hermanos que probaron la cárcel, por motivos que se dice políticos, esporádicamente; Camilo, por larguísima estancia y sin rencores como un Mandela, el primo Juan Domingo o el otro primo, Víctor, y una pléyade más con los que se reunía en una pulpada, allá por la ferias de Xinzo, como ritual obligado, pero, sobre todo, por una Sainza que era sacrosanta cuando moros y cristianos en medio de ruidosa cohetería se enfrentan en  torno a una, más que cutre, enana torre parodiando a la de un castillo. Eran los tiempos en que los hermanos Villarino, guitarristas y magníficos hacedores de muchas cosas para las carnestolendas limianas, tañían su guitarra y la panda cantaba más afinado que coro eclesial en ensayos.

La humanidad de Domingo casi se desprendía a su paso con una inefable sonrisa, y era para con todos, pero muy especial con sus 22 sobrinos con los que cada año celebraba los que iba cumpliendo y en el que algún espontáneo, cuartilla en ristre, le recitaba un poema u otro prosificaba su cursus vitae. Domingo repartía dones a tanta alejada parentela que se podía caer desde Bilbao, Madrid, Extremadura, Vilagarcía, Pontevedra u Ourense, que venían a honrar al tío que, de tan generoso, prefirió dar de lo suyo a sus sobrinos que guardárselo para ser lo que se dice el más rico del cementerio.

Domingo no era un hombre indiferente para nadie, era un aglutinador sin pretenderlo al que confundían a veces el boato o las muestras de cariño, porque de nada se sentía acreedor.

Sus cenizas viajaron a su tierra y de él  podría decirse: Yace en A Limia aquel a quien nosotros creíamos un inmortal ser, remedando al poeta Tovar refiriéndose a su padre en “el tren y las cosas”: Yace en Castilla aquel a quien nosotros creíamos un invencible rey. Él sí yace allí, y Domingo aquí.