Cartas al director

Mis recuerdos de Arturo Lezcano

En mis recuerdos y vivencias de Arturo Lezcano, periodista ourensano que acaba de fallecer, hay dos tiempos o secuencias: cuando él era un joven redactor de La Región en Ourense y yo un joven estudiante, miembro del Grupo de Teatro “Valle Inclán” que dirigía Segundo Alvarado, y del que era cronista oficial nuestro querido “Ruco”, y la etapa posterior en que ambos coincidimos en un mismo periódico él como redactor-jefe y yo como redactor.

Lezcano era un adelantado periodista a su propio tiempo y un hombre con algunas pasiones conocidas: la obra de Risco y el cine de vanguardia. Recuerdo que cuando no entendíamos alguna película de aquel tiempo, como “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”, de Stanley Kubric, (de la que, por cierto, hizo Lezcano una crítica impresionante), esperábamos su comentario en La Región para entenderla.

Lezcano fue en su tiempo el último caballero de una mesa redonda del periodismo ourensano, donde velaban sus armas Alonso, Ellacuriaga, Rey, Alvarado, Reza, y otros a veces ocultos tras pseudónimos como Carlos Almendrares, Gwede, Outeiriño padre, Maribel….y otros que escapan en estos momentos en el recuerdo, pero no en el afecto.

Pero quiero referirme especialmente al cariño de sus crónicas, sobre aquel grupo de jóvenes actores ourensanos, del que yo formaba parte, y que a mediados de los años sesenta nos paseamos por España ganando para Ourense todos los certámenes de teatro joven que se convocaban, ya fuera el “Premio Nacional de Teatro Juvenil” (que rotaba por España) o el “Galardón del Duero”, en Zamora, logrados ambos en 1966, o nuestra presencia en festivales de España o el Certamen de Teatro Greco-Latino de Málaga.

Cuando actuábamos en un certamen fuera de Ourense, Lezcano mantenía pendiente el cierre de la edición de La Región hasta que le llegaba la noticia caliente de nuestros triunfos. Conservo como oro en paño los recortes de sus crónicas de entonces y otras personales de las críticas afectuosas que dedicaba a mi propia actuación.

Esa vieja amistad y afecto tuvo un segundo tiempo en nuestra etapa en nuestra etapa de coincidencia. Cuidaba especialmente Lezcano mis aportaciones para la última página del periódico, con reportajes que fueran de interés y otros y yo, le correspondía disponiendo de envíos para que siempre tuviera repleta lo que él llamaba “la nevera”.

Siempre pensé que por su enorme talento, cultura y capacidad de liderazgo como eso que se llamaba “periodismo de raza”, Lezcano se conformó con menos de lo que merecería, por su lealtad a Galicia y a su personal estilo de vida. Sencillamente cordial con todos, y un excelente compañero. 

De su afilada pluma nos dejó imborrables testimonios, en el último de ello despliega su capacidad de crítica vigorosa, razonada, precisa. Este es era Arturo Lezcano. Que la tierra le sea leve.