Cartas al director

Obituario: Las fresas del Padre Damián (In memoriam del P. Damián Yáñez Neira)

Llega hasta mi despacho en el pequeño pueblo de Galicia llamado Oseira, el sonido majestuoso de las campanas del monasterio doblando por el fallecimiento de alguna persona de los alrededores. No pasan cinco minutos cuando tocan a la puerta  y me dicen: “Ha fallecido el padre Damián”.

Muchas horas de mis vacaciones estudiantiles de verano transcurrieron entre los libros de la Biblioteca del Monasterio de Oseira y, otras muchas trabajando y hablando, en ese mismo lugar, con el padre Damián que hace escasos minutos empezó el viaje a los brazos del Padre Dios.

Tenía casi cien años (le faltaba un año y unos meses). Le recuerdo positivo, alegre, feliz, sereno y, sobre todo, le recuerdo, joven, a pesar de sus gruesísimas gafas y del paso de los años que pareciera que le afectaran demasiado. Era un amante de la historia, sobre todo, de las historias de los monasterios, y de los monjes que los habitaron. Cuando apareció la informática le regalaron un ordenador de los primeros que se empezaban a usar entonces. Era una persona ya de edad avanzada, a pesar de ello, con la ayuda de algunos de los colaboradores que aparecían por la Biblioteca aprendió a usarla, y sus últimos artículos procedían de su viejo ordenador situado en una de las alas del monasterio. Allí rodeado de sus queridos los libros, bañados por el sol vespertino salieron gran parte de sus escritos, hasta que el frío del invierno y el otoño de los años le recluyeron en su celda, más acogedora, gracias a la calefacción.

Una señora del pueblo me contaba recientemente otra anécdota que refiere bien cómo era su joven espíritu: “Ayer a la tarde me llamó por teléfono el padre Damián, preguntándome datos sobre una de las personas históricas del pueblo que estuvo relacionado con el monasterio. Le dije que no sabía mucho. Recién vengo de la Misa. Fui unos minutos antes de que empezara y al entrar en la iglesia, me puse a rezar. A los pocos minutos escuché un ruido: chisss, chiss…., que al principio no sabía de donde venía. Por fin, descubrí el lugar. Detrás de una de las columnas de la majestuosa iglesia de Oseira, el padre Damián me llamaba. Salí a su encuentro y me dijo: 'Si tú no sabes de este hombre ¿a quién puedo preguntarle del pueblo para saber si me dice algo, puesto que estoy escribiendo un artículo y me faltan datos?' -concluía la señora que relataba la historia-. ¡Es increíble, tiene casi cien años y está pensando en estas cosas!”

La otra pasión del padre Damián -aparte de la historia y de los libros- era su huerta. Al llegar la primavera empezaba con sus plantaciones, solitario, silencioso, a veces, canturreando. Hoy, 27 de mayo, después de unas semanas enfermo se ha ido a la casa del Padre, y las fresas que cada año empezaba a recoger estos días no fueron plantadas. Ni las verduras, ni las espinacas…, que tanto recomendaba que comiéramos “porque eran muy ricas y porque tenían muchas vitaminas”. Cada año de mis últimos cursos de estudiante de filosofía y luego de teología, en el Seminario, sabía que el venir de vacaciones a Oseira, en junio, el padre Damián tendría cosechadas sus fresas para poder ofrecérselas a la comunidad de monjes del monasterio y que, a su vez, compartía con los que le íbamos a visitar. A lo mejor, será que se fue ahora que en su pueblo, en las huertas están brotando las primeras y jóvenes fresas de este año.

Gracias padre Damián, por ese espíritu joven, con el que siempre y generosamente compartió su sabiduría y cariño.