Cartas al director

El Papa, Satán y nosotros

Se sabe que Francisco, el papa, habla a menudo del Diablo: cosa que a mí particularmente me parece muy bien que se me recuerde su existencia; nunca está de más "que te adviertan del colesterol". De que se me o se nos olvide y lleguemos incluso a negar su existencia ya se encarga de ello el padre de mentira; nombre que el hijo de Dios da a esta criatura, advirtiéndonos que en Lucifer no existe la verdad. Él es la mentira: "yo no existo, vivid tranquilos".

En este mundo de hoy hay gran cantidad de muchos, propios y extraños, que niegan la existencia de Luzbel y su nutrida compañía, batallón y aún más, ejército de compañeros infernales. Los propios, que conocen la palabra de Jesús y los rifirrafes que tuvo con el enemigo y que lo niegan como ser personal, quizá no sea más que por el miedo; sin embargo lo verdaderamente espantoso es intentar enmendar la plana a Dios, que realmente es quien nos lo revela en las Escrituras sagradas. Es como decir, afirmar, que Jesucristo no pretende sino amenazarnos con el "coco", como nuestros padres hacían.

Los extraños, y quizá buena parte de los propios, no creen en el demonio porque no es rentable: pues que el ser político, de por sí no es malo, pero el ser corrupto, por ejemplo, es amar al malo aunque sea negándolo. Y así borrándolo de sus mentes ya se puede actuar, que no trabajar ni colaborar, impunemente, sin sospechar que sea el cornudo quien "amorosamente" y muy "contento" les acompañe.

Ya el que haya tantas guerras, hambruna y toda clase de males en el mundo es una prueba más que evidente de la existencia de este ser que, al convencernos de su inexistencia comete su mayor triunfo. Fíjense tan solo en las películas, cuánto las amamos; y resulta que la inmensa mayoría están repletas de guerras, sexo, toda clase de mal, a todas horas, infantiles y adultas. Tan escandalizados nos tiene que "ya todo eso es normal".