Cartas al director

Obituario: Un gran pastor

Ya son bastantes los sacerdotes que de una manera inesperada nos abandonan dejando un hueco grande en nuestros corazones y en la fraternidad sacerdotal. Ha sido ahora Celso Iglesias Cid, un presbítero entregado, celoso de sus parroquias, luchador por su puesta al día, entusiasta con su fe.


Lo conocí hace mucho, en la época del post-concilio, y siempre me impresionó su deseo de conectar con las nuevas corrientes de la Iglesia salidas de aquella asamblea conciliar. Trataba de formarse y a la vez formar a sus parroquias por donde pasamos muchos con motivo de novenas, preceptos y fiestas parroquiales que aprovechaba para instruir a sus fieles. En esto y en muchas cosas más era una persona ejemplar. Pese a su edad, que nunca representaba, su óbito a todos nos sorprende.


Siempre aprovechaba sus momentos para acudir a las reuniones sacerdotales y a cursillos de formación con su humildad característica y con preguntas siempre certeras. Me consta que algunos entonces le entendieron mal cuando en realidad era un sacerdote coherente y bueno.


Tuvo dos tíos sacerdotes, D. Celso y D. Ambrosio, a los que cuidó y de los que, sin duda alguna, aprendió muchas de sus prácticas pastorales. Ambos fueron dos figuras señeras del clero ourensano y D. Celso acabó sus días cuidado por su sobrino en Louredo una vez jubilado elegantemente de su parroquia de San Cibrao de Las.
Había nacido en San Salvador de Armariz el 25 de julio de 1930 y era sacerdote desde el 18 de septiembre de 1954. Tras una breve estancia  en Astariz, Prado de Miño y Cortegada pasó a regir la parroquia de Louredo en octubre de 1955 donde desarrolló, en toda la zona de Cea, su ministerio parroquial. Se integró y "casó" con su parroquia de Louredo para siempre; pese a que tuvo oportunidades de traslado para otras feligresías. Sesenta años en la misma parroquia son todo un record. Vivió para Louredo y en la zona descansará para siempre.


Pierde, por ello, esa demarcación diocesana al más profundo conocedor de la misma, al decano del arciprestazgo y un celoso y gran consejero. 
Descansa en paz, querido Celso, en la certeza de que ya el dueño de la mies habrá retribuido a tan celoso labrador.