Cartas al director

Catastro

Mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, ha recibido una carta de la Gerencia Regional del Catastro de Galicia –chusma dice-,  en la que muy educadamente le comunican que según información de la Agencia Estatal de Administración Tributaria –otra chusma repite- tiene serias discrepancias sobre la titularidad de una casa de su propiedad. Y para ello le piden varios y diversos documentos sobre ella.

No le extraña lo más mínimo, me dice todo sonriente, y, como amanuense de ordenador que he sido, me ha pedido que le conteste dicha petición.
Primeramente le hemos enviado toda la documentación solicitada, eso sí, resumida en sus partes más esenciales y a punto estuvimos de mandarle todo el mamotreto de partillas y herencias completo de casi cuatrocientas paginas o más, pero luego, pensamos -a taza de ribeiro pausada-, esperar por su contestación y que, luego, cuando le den la razón -que no hay otra- contestarle a estilo de Coplas de Mingo Revulgo.

Quiere, y me lo hace saber con auténtico énfasis, que a la vista de la documentación enviada que da fe de que no es apropiada indebidamente, ni robada, ni usurpada, ni timada, ni expoliada, ni estafada, ni tampoco atracada, que es suya desde hace más de diez años -pago del IBI correspondiente- debidamente registrada y pagados todos los derechos y cánones administrativos y tributarios vigentes, que él, eso de que era suya y solo suya ya hace tiempo que lo sabía y de ello estaba firmemente convencido, pero que sin duda ellos, gentuza y morralla que no tiene que hacer para demostrar que trabajan, discurre molestándolo con tal impertinencia. Y me lo dice con vehemencia y empaque, que incluso emplea varios tacos de calibre acorde a su enojo de lo engañados que están, siendo como son entendidos en papeles, pero que sin duda confunden el trabajar con el soñar, pues parece son de los que hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas.

“In hac lachrymorum” valle, pienso para mis adentros, mientras veo en sus ojos de pescador y cazador que fue, el arte y el placer de la espera. Y lo tranquilizo, diciéndole, taza en mano, que se van a enterar. Pero ya hablaremos de ese puente cuando lleguemos al río.