Cartas al director

Lalín y su cocido

Como no me gusta pensar con las tripas, lo debatí un poco conmigo, y luego con mi mujer, de cuyo péndulo moral me fío y, delegó en mí su presencia. Así que acepté la invitación de mi amigo, el más viejo de la parroquia, y lo acompañé con sus dos sobrinos y familias, con dos niños, a ir hasta Lalín a comer un buen cocido. Era como despedida de los carnavales en su corta estancia antes de marcharse para Madrid, a donde llegaron escapando de Venezuela.
Tuve, todo hay que decirlo, un comportamiento lanar en dicho ágape tan pantagruélico y sabroso. En mi casa se hace un buen cocido y mi mujer cocina bien, muy bien, pero aquel tenía ese encanto que nos rescata y maravilla de lo familiar.

Delante de aquella enorme fuente, mi amigo vino ahíto de la visión de tanta comida, pues comió más con los ojos que con la boca. Viendo los manjares y viendo como los demás comíamos, que también da gusto ver cuando se come con hambre, sin darle vuelta a plato y cubierto. La dieta la alteró lo más mínimo, ya que quien come con cordura, por su salud procura. Como era despedida, en el chupito se abrió un poco a los recuerdos para que aquella buena gente tuviese una visión de la vida de su padre en esta tierra. Y ante el asombro de aquellos les recordó cómo se trabajaba la tierra toda de la parroquia, que más hubiera, que las vacas sabían de memoria el recorrido de todas las fincas, solo había que en llegando a determinado sitio, ya ellas cogían rumbo, que la Marela y la Gallarda ya sabían su sitio bajo el yugo, que los montes estaban llenos de conejos, codornices y palomas, no había zorros, que estos son muy finos solo andaban por caminos y tampoco había jabalís o jabalíes. Daba gusto ver la enorme extensión de tierra arada cuando la cosecha del maíz, toda negra, que aquellos cinco sachos –sacho, deprimo, arriendo, cabo y remate-  a las malas hierbas ahora se sulfataban de una sola vez… que ahora ya se veía en lo que había quedado; fincas a barbecho, aquí y allá, solo cinco vecinos mantenían unas megaexplotaciones ganaderas, los tractores y los camiones se encargaban de las cosechas, sobre todo de maíz para pienso.

Los dos niños, pese a su corta edad, dieron muestras de un excelente comportamiento a la mesa, cosa rara y más viendo a aquellas madres tan solicitas atendiéndolos y contándonos sus preferencias culinarias y otras particulares, y se lo dijo mi amigo, viciando el momento y ocasión; a nadie le huelen mal sus peos ni le parecen sus hijos feos, para rematar para decorar un poco -cosas del chupito, supongo- que cuando los hijos son pequeños los padres cuentan sus picardías, cuando los padres son viejos cuentan los hijos sus tonterías.