Cartas al director

Santa Compaña

Esta mañana, mi amigo y más viejo de la parroquia, taza en mano,  nos cuenta que se ha despertado con miedo y rezando el rosario. Ha tenido una noche llena de pesadillas y que no fue debido a los truenos y relámpagos  que cayeron en demasía durante toda la noche. Ha soñado con la señora Rosa, una solitaria vecina fallecida ya hace 70 años, pero que aún la recordaba por declamar muy bien el rosario que se solía rezar en su casa por las noches después de cenar, más que nada para agenciarse una buena taza de caldo y un poco de cerdo. Luego a la luz y lumbre de la lareira ponía los pelos de punta cuando contaba cosas de la Santa Compaña. Muchas veces su madre y su tía, riñéndola,  la hicieron callar por estar allí niños. Las pausas y efectos especiales con que los adornaba eran horripilantes. Hoy, al recordarlos le da risa, pero más de una noche ha sentido el miedo en todo su cuerpo y por todos los sitios de su habitación.

Lo curioso era, dice mojando la palleta, que tanto su tía como la Rosa, oyendo tocar la campana a señales o conducción, no importando la estación del año, fuese la que fuera, a veces, escuchándolas decían ambas que doloridas tañían. Y, cuando así lo afirmaban, aseguraban que habría pronto otro difunto en la parroquia. Siempre acertaban. Y a menudo era el que menos se pensaba o enfermo llevaba padeciendo. De ello doy fe, aunque pocos años tenía.
De la Santa Compaña, recuerda de la señora Rosa decir que ella que la veía a menudo, e incluso alguna vez la acompañó pues en el medio la cogieron llevándola -pausa tétrica y medida haciendo alusión a un olor repelente a cera- que tal fulano llevaría la cruz, tal el pendón o que, cosa rara, esa vez no iría por el camino de la extremaunción, sino que darían tal vuelta o que en tal sitio se pararía. Luego, misteriosamente resultaba que el sacristán y el ayudante no podrían asistir o que el camino, -corredoira- había tenido un desprendimiento de tierras y no se podía pasar o que en tal sitio, al cambiar los porteadores del ataúd, hubo que ponerse de acuerdo en las alturas de los hombres. Aunque sabiendo lo absurdo que es pedir a los dioses lo que cada uno es capaz de procurarse por sí mismo y que oraciones de burro no llegan al cielo, esta mañana, recién levantado, le ha rezado unas oraciones a su tía y a la señora Rosa, y, como tratando de echar el mal fario de su cuerpo, pide otras tazas.