Cartas al director

Venezuela

 Ahora que la taberna cerró definitivamente, usamos el atrio donde solemos entablar una pequeña tertulia los domingos antes y después de la misa los más viejos de la parroquia, -ahora los jóvenes ya no van ni se les espera, es lo lógico, pues acaban de llegar extenuados del botellón- mientras esperamos la llegada del cura. Impera un cierto porcentaje de emigrantes de Venezuela a quienes preguntamos por los allegados que, o bien  se quedaron allá con sus negocios o son sus conocidos. Algunos han recibido a sus hijos y nietos y las noticias que nos trasmiten no son muy halagüeñas.     Recuerda uno que cuando la ampliación de Maracaibo, los camioneros en la  hora para la comida dejaban los motores de aquellas enormes maquinas encendidos. Otro dice con cierta nostalgia y morriña que solo fue gracias a su esposa que él hoy en día dispone de una buena situación económica, pues fue ella quien se emperró en invertir su dinero en su tierra para el día de mañana. Serios disgustos le creó aquella situación. Hoy la tiene y la pone en un altar, remachando así su mal llamado machismo. Otro que por allí anda dice que los mismos problemas tuvo con la suya, -su esposa-, pues cuando el bolívar estaba al cambio a 34 pesetas su mujer se le plantó y acabaron invirtiendo en esta tierra, pues el dilataba la inversión hasta conseguir las 50 pesetas. Al poco de regresar el bolívar empezó a bajar por esa cuesta abajo de la inflación hasta hoy en día. Todos tienen en sus ojos el cariñoso y emotivo  recuerdo de aquel país que tan bien los había tratado y en donde gastaron su juventud en los más dispares trabajos y ocupaciones. En medio de toda esta conversación salen a relucir empresas, direcciones de plazas, calles, nombres de presidentes y un sinfín de anécdotas y recuerdos. El viejo del lugar, que está en todo, pero callado escuchando, justo en el momento de tocar la campanilla la sacristana -que no es la mujer del sacristán, sino una mujer; signo de hasta donde hemos llegado-, dice, refiriéndose a Maduro que siempre hay un tiempo para marcharse, aunque no haya sitio a donde ir.