Cartas al director

Herencias

Los eventos diarios no se pueden explicar bien si no se distancia uno de ellos, pues un exceso de detalles cercanos nos puede abrumar y entorpecer la visión.

Los hechos tienen otra perspectiva muy diferente e incluso más creíble después de su examen y necesitan algún tiempo con que aderezarlos.  

Me contaba, mi amigo el más viejo de la parroquia, taza ribeiro en mostrador con tapa pobre de manís incluidos, que desde hacía ya unos días, una casa cercana a la suya mantenía sospechosamente las luces encendidas hasta altas horas de la noche, así como una presencia de vehículos de distintas marcas.

Se trataba de hacer de una vez efectiva la herencia entre cuatro hermanos, a los que sobre todo a su vecino y esposa, veía últimamente muy sumergidos en pensamientos muy profundos, como buen psicólogo que era.

Y, entre trago y trago, me recordó aquel hijo, que queriendo cambiar de automóvil, había acordado con un vecino la venta anticipada de una finca que la deseaba desde años, poniendo como disculpa que su madre, muy mayor,-“novenaria” la llamaba él- poco podría durar. Y el de otro, que queriendo dar la entrada de un piso, hizo lo mismo con otro vecino, poniendo la misma disculpa.

Las madres de ambos asistieron a sus respectivos entierros. Como si ambos dispusiesen de la vida de los demás, lo que mucho le cabreaba cuando lo escuchaba a otros tantos hablar así, gentes de todas condiciones y de los mismos pensamientos.

Después de generalizar un poco lo que algunas herencias enfrentaban y enemistaban a los hermanos para por vida, algunas eternizándolas incluso en la justicia, -ejemplo había en la parroquia,- disertó de aquella otra familia, -tres hermanos- que habiéndoles dicho el perito que dada la gran cantidad de tierras y muchas pequeñas propiedades de que disponían- vulgo “guichas”- aquello le llevaría mucho tiempo y atención, pues unas, sobre todo el monte, estaban a pinos, otras a “colitros” (sic) y otras a monte raso, había que tasarlas. Los tres hermanos atajaron dicho trabajoso cálculo ordenándole que lo que tenía que hacer era un igualitario reparto de la superficie a repartir.  Y al que le tocase mucha madera, pues mejor para él, y el que le quedase a monte raso que la plantara.

Aquel viejo perito siguió poniéndolos durante todos los años de su vida como un excelente ejemplo de unidad familiar para otras muchas herencias. Pero reconocía que fue predicar en el desierto.

Al despedirnos, vi marchar a mi viejo pensativo, y entendí porque su quijada de mastín se endurecía por completo, como rumiando aquellas partillas con unos gestos de repugnancia, acompañados del escupitajos de algunas cascaras.

Vamos, conociéndolo bien, como quien se entrega a un pensamiento, más que  entretenidísimo, filosófico y triste de la realidad local de este mi pueblo, que como se ve, de todo hay.