Cartas al director

Senderos del destino

Hace un sol otoñal espléndido. Voy por un sendero del río Miño que nunca antes había pisado. Desearía caminar por cualquier sendero del "Jardín del Destino". Los senderos se bifurcan y dividen. Iba caminando por la senda de tu olvido. Puedo echar la vista atrás y ver un sendero que se extiende a mis espaldas. O mirar hacia delante y ver sólo tinieblas. A veces sueño con los senderos del destino y me pongo a especular sin propósito alguno. Porque los senderos divergentes se ramifican, no sé a dónde me guiará el camino. Dónde me llevará cada recodo y esquina. En esta ocasión no tomo desvíos. Mi camino está trazado, dibujado y deprimido. Encuentro a una señora en ese sendero. Viene cojeando. Hablo con ella. Su médico la mandó caminar mucho. Sus ojos oscuros despedían un escaso y apagado brillo que me describía algo sus pensamientos con precisión. Me dice: "Mejor vivir de rodillas que agonizar de pie". Yo le contesto: "Tirar la toalla no nos hará más felices, señora". Al irse me dio la mano. Retuvo mi mano mucho tiempo, diciéndome: "El mundo ahora es diferente. Traspasar una cortina y llegar a un lugar donde la gente no te trata bien en un lugar inhóspito". Yo estaba emocionado. Le contesté: "No se deje arrastrar por el pesimismo. Debe relajarse y quitarle dramatismo a los problemas". Llegué semiagotado de mi habitual ruta de senderismo. Coloqué mi vieja máquina de escribir sobre mi regazo. Cada palabra que salía de mi alma ejercía con más fuerza un insoportable peso sobre mis extremidades inferiores.

Al terminar de escribir este texto, me puse a pelar muy nervioso una manzana para comerla. Con el cuchillo hice un corte en un dedo y la manzana se llenó de sangre. En suma: un día sencillo pero muy emotivo.