Cartas al director

Pérez-Reverte

Desde el momento en el que una profesora de Lengua me descubrió a Pérez-Reverte, admiré su trabajo, su tono crítico y su punto de vista respecto a ciertos temas, que coincidía con el mío. Hasta que comenzó con los artículos misóginos.

Ay, Arturo Arturo. Verás, tengo unos recién cumplidos 18 años, una mente que la mayoría de las veces utilizo para pensar y una vocación periodística que creía compartir contigo. Y sí, estás en lo cierto, no soy una "mujer como las de antes". Al igual que millones en el mundo. Y te voy a decir algo, ya me lo agradecerás.

Cada día que salgo de casa me enfrento al mundo que me exige dar lo mejor como mujer o caer en las críticas de impertinentes como usted. 

Sí, yo también me pongo tacones sin tener pajolera idea de andar con ellos, porque me gusta y no sé, igual es un atrevimiento, pero creo que soy libre de hacerlo. Cuando estoy en casa me acuesto en el sofá de la forma menos femenina posible y estoy esperando el momento en el que mi importancia por el qué dirán me lo permita hacer públicamente, como se espatarrará usted en la barra del bar con la cerveza en la mano fichando mujeres rubias de vestidos negros que "ya no son como las mujeres de antes".

Discúlpeme también si mi vocabulario no es acorde a sus gustos misóginos. Digo palabrotas, palabras que no existen y me río de forma escandalosa. Plantéese si a lo mejor lo hago aposta para escandalizar a personajes como usted.

Y ojalá, como dije antes, utilizara mi libertad de hacer lo que me plazca con más frecuencia y menos reparo, porque lo último que me apetece al final del día, tras quitarme la máscara de mujer acorde a las convenciones sociales, es agradecerle con todo mi corazón que me deje pasar en la puerta de una librería. Pase usted, no se preocupe que no se le acaba la educación ni la masculinidad. Puede llamarme cretina.