Cartas al director

Resiliencia

Nunca es suficiente. Siempre un poco más. Todo se aleja poco a poco, pero cada vez más y más. Yo ya no puedo vislumbrar el límite, se aleja demasiado de mi percepción humana. ¿Qué nos ha pasado para llegar a este punto? ¿Qué nos ha hecho convertirnos en máquinas sin pensamiento propio? Cuanto más avanzamos menos humanos somos. Menos sentimos, menos expresamos y menos deseamos. Me da pena ver así a una raza como la nuestra. Pena de ver que lo que nos hace grandes lo matamos nosotros mismos.

Nos empezaremos a dar cuenta de lo importante que es un objetivo deseado cuando lo perdamos, o cuando este se convierta en uno de muchos mediocres. Cuando perdemos el interés no hay absolutamente nada que nos pueda salvar de naufragar. Desde luego estamos perdidos. Cuando el único motivo es “porque sí” y la respuesta a todo es “no”, me temo que ya no se puede hacer nada. Ojalá fuéramos capaces de retomar esa idea de hacer las cosas con el corazón, de volcarnos en lo que nos gusta como si nos fuera la vida en ello. Así debería ser. Dedicar hasta nuestro último aliento a nuestra pasión hasta que se convierta en el sucedáneo a nuestro oxígeno. Que nuestra vida termine cuando nuestros sueños ya no sean posibles, aunque me temo que de ser así yo ya estaría muerta.

Esto es una llamada. Un grito a los valientes que todavía no han renunciado a lo que les hace ellos mismos. A la resistencia de los que aún se atreven a luchar y a ir a por todas. A esa pequeña minoría que prefiere caer por volar que mantenerse impoluto sin alas. A todos aquellos que conservan una chispa en su cabeza, que no se rinden a pesar de las mil piedras que haya habido en su camino. Esto es para los que han cogido esas piedras y las han convertido en sus mejores armas.