Cartas al director

No smoking

La primera vez que visité EE.UU. allá hacia finales del siglo pasado, estaba en pleno apogeo la cruzada antitabaco yanqui, algo así como una ley seca aplicada al cancerígeno hábito de fumar. El letrerillo ‘no smoking’ estaba por todas partes. En aquel tiempo, tuve la sensación de formar parte de una especie de tribu de apestados por no ser capaz de reprimir el vicio de fumar mi diario puro habano, preferentemente, un ‘Montecristo’ del nº  4. Mi hija Carlota, que entonces hacía un post-doctorado en Washington DC, siempre me alertaba con la misma cantinela al acabar de comer en algún restaurante de la zona: “¡¡Papá, no se te ocurra encender aquí el puro!!”. Y cuando salía a la calle para prender el veguero, me sentía observado por la gente.

De aquella traumática vivencia americana, todavía resuena en mis oídos la imperativa frase, “¡¡no smoking, baby…!!”, que me espetó a bote pronto una mamá oriental cuando me disponía a fumar furtivamente mi puro, sentado en un pequeño banco del parque infantil que había al lado de la casita de Rockville en la que residía mi primogénita. Recuerdo que salí de estampida del lugar, sin parar de repetir en mi inglés macarrónico: “I am sorry/excuse me”. Atrás han quedado los años en los que fumar un purito formaba parte de mi ‘dieta’ diaria e, incluso,parecía que se aceptaba socialmente. ¡Y cómo olvidar los ‘Cohiba’ que me fumé en compañía del vicepresidente Osmani Cienfuegos en aquel congreso de periodistas de Cuba!

Pero la cosa se empezó a complicar cuando comprobaba que lo que empieza en USA, tarde o temprano, se acaba por imponer en el resto del mundo mundial. Y ya no digamos cuando el Camp Nou se convirtió en un espacio ‘sense fum’. Esta fue una de las razones por las que, un buen día, adopté la heroica decisión de dejar de fumar y, en cierta manera, me convertí en un activista antitabaco. Por ello, ahora me choca observar a los que, en pleno invierno, se refugian en las terrazas de los bares para dar rienda suelta a su compulsivo vicio. Por su parte, mi amigo (“El Cínico”) me denunciaba que, cerca del cartel que reza: ‘Recinto sanitario sin humo de tabaco’, en el Hospital Universitario de Bellvitge, “el suelo está sembrado de colillas y casi siempre hay enfermeras fumando como cosacas”. Y para acabar de adobar la cuestión, se publicaba que España aún no ha adoptado la nueva normativa comunitaria antitabaco.