Cartas al director

OBITUARIO | Amelia Belmonte

Así como el viento de otoño arrancó aquella encarnada hoja de roble -temblorosa- anunciando el final de la tarde, así se buscaron nuestras manos, amiga mía, sabiendo que un adiós se escondía rotundo en nuestros labios. La línea que separaba cielo y tierra se borró y ante la triste mirada de tu amada hija mordimos un suspiro y sellamos con un silencioso beso tantos recuerdos… “He sido feliz, me voy en paz conmigo misma”, nos decías.

¡Qué bonita es la bondad! ¡Qué grande el ser humano que ayuda a los demás! Muñequita linda, ahora te vas y los que te queremos mantendremos intacta tu memoria. Cuidaremos del hombre que has escogido y que te ha entregado todo su amor, y de tu niña, dulce y adorable. Y tú, vuela alto, amiga mía, y si quieres envíame desde allá algún mensaje, mis sueños y mi inspiración lo recogerán y le darán la forma poética que a ti tanto te gustaba. Me entendías tan bien… Ahora ya eres libre y puedes surcar el horizonte y el arco iris a tu antojo, ligera y sin barreras, con toda la belleza y dulzura que nos has dejado aquí. Sabes que hablaremos de ti, mientras damos lo mejor de nosotros mismos, para lanzarte este verso de compromiso desde esta pequeñez que nos confunde.

Ha quedado el calor de tu mano entre las mías y tus ojos de nube bailándome en las lágrimas, pero si miro al cielo, veo que te has puesto un vestido nuevo de estrellas y luna, que te has peinado con recogido de fiesta y que la noche otoñal ha abierto su telón para recibirte a ti, elegante y bondadosa criatura, y difuminar en su celestial decorado, para siempre, tu esplendor con la eternidad.